Por “acción
directa” puede entenderse la iniciativa individual o colectiva para que lo que
hasta ese momento haya, deje de haberlo.
Un suponer y
para entendernos: si un descontento contagia su insatisfacción a otros
desengañados por la manera de gobernar de un gobernante, y entre ellos
conciertan poner pié en pared, al golpe de estado que lleven a cabo se le
podría llamar “acción directa”.
--“Pero eso”—se
escandalizaría el hipócrita—“es una barbaridad”.
Puede que sea
verdad y que sea una barbaridad mayúscula.
Pero, ¿cuántas
barbaridades minúsculas evitaria esa barbaridad mayúscula?
La gente se escandaliza porque los han
acostumbrado a pensar que todo golpe de estado requiere para serlo una
barbaridad de tiros, bombardeos, refugiados y colas interminables para llegar
al barril en el que se reparte sopa.
Y no tiene por
qué ser así:
Imagínense y
esfuércense en imaginar porque el caso requiere mucha imaginación, que un
individuo que ni siquiera ha sido electo para formar parte del grupo de 350
electores capacitados para designar presidente del gobierno, se salta todos los
precedentes y preside el gobierno.
Y una vez
presidente, se le ocurre tramar una trama que, en el orden jerárquico del
Estado—Jefe del Estado, Presidente-a de las Cortes- Presidente del Gobierno—pretenda
quitar a la que ocupa el segundo lugar.
Como no hay dos
sin tres, ¿qué ocurriría luego?
Que le pareciera
injusto ser solo el número dos en la jerarquía estatal. “Al fin y al cabo”—se
preguntaría—“si ésta es una monarquía democrática,¿ por qué no va a poder ser
Rey cualquier ciudadano?
Y con esa
capacidad acumulativa que lo caracteriza, sería rey, presidente del gobierno,
presidente de las Cortes y comandante en jefe del ejército.
--Oiga, y doctor
cum laude.