Si el senador por Illinois Barak Obama consiguiera por lo menos 278 de los 538 votos de compromisarios en las elecciones del día 4 (primer martes después del primer lunes) de Noviembre, será el próximo presidente de los Estados Unidos.
Sería el primero de los 37.334.570 negros de los Estados Unidos, que representan el 12,38 por ciento de la población, que accede a la jefatura del estado.
Su posible elección la anhelan los progresistas ingenuos como una reparación debida a su minoría racial, y proclaman como revolucionaria su llegada a la presidencia.
Pero la verdadera revolución habría sido que Hillary Clinton, a la que Obama derrotó en la disputa por la candidatura del partido demócrata, volviera como inquilina titular a la Casa Blanca, que ya habitó como consorte.
Entre la Clinton y Obama, el principal logro del senador negro es que su revolucionaria elección como miembro de una minoría marginada se ha adelantado a la de Clinton, que forma parte de una mayoría, por ahora incapaz de conseguir igualdad de derechos.
Gracias a su habilidad para sortear los vericuetos parlamentarios, Lyndon Johnson logró lo que su antecesor, John Kennedy, no pudo: establecer la igualdad de derechos para todos norteamericanos, sin distinción de raza.
No ha tenido la misma fortuna la ERA (Equal Rigths Amendment), que desde 1923 intenta, y no consigue, que de la Constitución de los Estados Unidos desaparezca la discriminación contra el 50,3 de su población, las mujeres.
La ERA propone en el primero de sus tres artículos que “la igualdad de derechos reconocidos por las leyes no pueden negarla por razones de sexo los Estados Unidos ni ninguno de sus Estados”.
El segundo artículo autoriza al Congreso a aprobar la legislación adecuada para su cumplimiento y el tercero fija la fecha de entrada en vigor de la enmienda dos años después de su ratificación.
La Enmienda para la Igualdad de Derechos logró en Marzo de 1972 salvar todos los escollos legislativos del Congreso y empezó a correr el plazo para que dos terceras partes (38) de los cincuenta congresos estatales la ratificaran.
Cuando el plazo expiró en 1979, la habían ratificado solamente 35 de los 38 congresos estatales. La enmienda constitucional que hubiera prohibido la discriminación por razón de sexo en Estados Unidos sigue en el letargo.
Ni la legislación sobre derechos civiles ideada por Kennedy e impulsada por Johnson ni la de Igualdad de Derechos que prohíbe la discriminación sexual eran imprescindibles para la elección de Presidente, pero su aprobación o rechazo son síntomas de la actitud de los norteamericanos a su respecto.
La posible elección de Obama es una prueba de que les importa más a los norteamericanos la discriminación racial que la sexual. Antes el negro Obama que la rubia Hillary Rodham Clinton.
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