sábado, 29 de noviembre de 2008

ROMANCE DE JUAN, DE SU MADRE Y DE LA FLOR

Mi nieto Juan no había cumplido todavía cuatro años cuando me regaló uno de los momentos más gratificantes de mi abuelez.
Lo había acompañado a que diera unos bastonazos en el club de golf de Lisboa y, de pronto, lo vi rodeado por media docena de viejos socios del club que elogiaban su buen estilo, la concentración de su empeño y la acertada dirección que imprimía a las bolas.
Como si aquella miniatura de golfista fuera ya todo un campeón.




¿Es su mundo una pelota,
o todo su mundo es juego
y el balón solo un avío
de su perpetuo recreo?
Cruza incansable el jardín
detrás del juguete esférico
mientras su madre, en un banco,
administra sus esfuerzos.
Juan no escucha, pero oye
sus perentorios consejos.
En una orilla del parque
ha sembrado el jardinero
amapolas, margaritas
geranios y pensamientos.
La breve mano de Juan,
con un torpe movimiento,
corta el tallo de una flor
y, como siempre, corriendo,
se echa en brazos de su madre
y se la da, con un beso.


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