Algunas actitudes del comportamiento humano nos parecen tan irracionales que nos intrigan y, si no son esporádicas sino habituales, nos desconciertan.
Intentar encontrar explicación a lo que, a la luz de nuestra razón, nos parece incomprensible puede provocarnos una desazón tan grande que hasta nos haga temer que sea el raciocinio propio, y no el ajeno, el que esté viciado.
¿Qué de qué hablo? De la contumacia con que el pueblo español acepta y perdona las mentiras reiteradas de José Luis Rodriguez Zapatero.
Mientras más le miente, más lo quiere.
He encontrado, por fin, una relación parecida entre individuos a la que encadena a los españoles con su gobernante y, aunque lo he descubierto en la ficción de una novela, me ha ayudado a explicarme lo que tanto me intrigaba.
En “El curandero de su honra”, Ramón Pérez de Ayala retrata a Tigre Juan, un próspero chamarilero de carácter hosco y turbio pasado, benefactor de un mocito que se enamora de Herminia, una huérfana desamparada.
Tigre Juan, que estorba el casamiento de los dos jóvenes, acaba enamorado y marido de Herminia que, embarazada, huye con Vespasiano, un tenorio seductor junto al que espera encontrar la excitación y la aventura que no encuentra junto a su marido.
Arrepentida y desengañada, abandona al seductor y, tras regresar al hogar, escoge a las criadas más agraciadas del pueblo, con la secreta esperanza de que seduzcan a su irreductiblemente fiel y enamorado marido.
Pretende así poder perdonarle una infidelidad igual a la que a ella la atormenta y de la que no deja de sentirse culpable y, al absolverlo, demostrarle a Tigre Juan que su amor es equiparable al que él le evidenció al perdonarla.
¿De qué sumisión carnal a gobernantes pretéritos se culpa el pueblo español que lo inducen a perdonar las infidelidades del que ahora los gobierna?
¿Es equiparable la lógica de la mente colectiva de un pueblo a la de los individuos que lo integran?
¿Necesitan expiación tan perentoria arrebatos pasionales espúreos en los que los españoles se engolfaron en el pasado?
¿Entregaron el candor de su pureza a amantes indeseables, y esperan su redención perdonando infidelidades del amante con el que ahora comparten lecho?
Se necesitaría la imaginación de un recreador de ficciones como el autor de Tigre Juan o la sabiduría de un experto argentino en psicología de las masas para atinar en la respuesta.
Como insignificante semianalfabeto jubilado y, por andaluz, privado de la sabiduría de razas superiores, que son todas las demás, solo se me ocurre esto:
Los españoles se sienten absueltos del pecado de haberse dejado seducir por los truhanes Franco y Aznar cada vez que los engaña el seráfico Zapatero.
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