Cuando algún partido de izquierdas se empina al poder, los de derechas lo acusan de que se limita a derrochar la riqueza que ellos crearon.
Los de izquierdas replican que reparten lo que la derecha robó arteramente a los proletarios.
Son apreciaciones de la realidad irreconciliables, pero lo que está demostrado es que la izquierda tiene tal capacidad de movilizar a las masas cuando está en la oposición que los gobernantes de derechas maldicen la hora en que los votantes los prefirieron.
Si en todas partes cuecen habas, imagínense el calvario de un alcalde lisboeta del partido portugués más derechista en 1989, cuando todavía no se había disuelto el ubicuo Consejo de la Revolución.
El alcalde, Nuno Krus Abecasís, del “Centro Democrático Social” (CDS), seguramente haría todo lo posible por resolver los muchos problemas de Lisboa, de los que no era el menor el hacinamiento de sus habitantes, muchos de ellos retornados de las colonias con una mano detrás y otra delante.
La izquierda socialista y comunista, además, estaba encabritada por la prepotencia del gobierno que presidía Sa Carneiro, apuntalado por monárquicos y el CDS.
Murió Sa Carneiro en la campaña en la que intentaba sustituir al izquierdista general Eanes por el derechista Soares Carneiro, y las protestas arreciaron hasta que cesaron en 1983, no se sabe si por milagro o porque el socialista Mario Soares formó gobierno.
En la alcaldía de Lisboa, mientras tanto, seguía Abecasis y las protestas cesaron también cuando eligieron alcalde al socialista Jorge Sampaio.
Tras una ausencia de años regresé a Lisboa y, en una tapia, encontré escrita una súplica: “Nuno, volta e perdoa” (Nuno, vuelve y perdónanos).
Estos días me vuelve a la memoria el letrero de aquella pared, al comparar el acoso de los últimos meses del gobierno Aznar con la paz idílica que reina en las calles españolas desde que Rodriguez Zapatero nos gobierna.
No me atrevo a pedir perdón a Aznar y suplicarle que regrese porque el error de no haberse retirado cuatro años antes lo siguen pagando sus sucesores pero tengo la tentación irresistible de coger una brocha, agarrar un cubo con tinta negra y ponerme a buscar una tapia blanca más o menos limpia.
Reivindicaría el retorno de otro insigne vapuleado, al que sus sucesores me hacen añorar, y escribiría:
“Felipe, ¡vuelve y perdona!”.
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