jueves, 7 de mayo de 2009

FUTBOL, OPIO, MARX, ARBITRO, DIOS

Si ya corría peligro de que lo descatalogaran, a Carlos Marx no le faltaba más que el espectáculo de la noche del miércoles en el campo del Chelsea para que se convenciera de que la religión no es el opio de los pueblos, como sentenció en su “Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”.
Porque el fútbol, y no la religión, es “la queja de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón y el espíritu de un estado de cosas desalmado”.
Todo eso significó la liturgia de la que los pueblos fueron ayer testigos y participantes en Stamford Bridge, unas veces enervados y otras embelesados por el opio del fútbol.
El partido, además, enfrentó a dos maneras diferentes de entender la vida y de conseguir el objetivo último de la existencia: la gloria del triunfo sobre los contratiempos vitales.
Un enfrentamiento de civilizaciones, sin posibilidad de alianzas utópicas.
Los vestidos de amarillo se empeñaron en buscar el cielo a través de la belleza, la imaginación y la utopía de alcanzar la eficacia por medio de la estética.
Para los de azul, la consecución del fin que se habían propuesto justificaba los medios que emplearan para alcanzarlo, aunque supusieran prescindir de los adornos que entorpecieran su propósito.
Viajar, para los de amarillo, era pasear contemplando el paisaje y fundiéndose con las inesperadas sorpresas que hallaran en el camino.
Para los de azul, viajar era llegar lo más rápida y directamente posible a su destino, sin tarambainas de ríos que contemplar, bosques que admirar ni desconocidos con los que conversar y aprender.
Como en el campo de fútbol se demostró, la religión de los azules está más en consonancia con las aspiraciones del hombre de hoy que la de los de amarillo.
Hubieran ganado ese enfrentamiento de civilizaciones y de formas de entender la vida si no hubiera ejercido de Dios el árbitro, que está por encima de todos y sabe lo que es justo y bueno, aunque el que se crea perjudicado proteste sus decisiones.
Lo de Stamford Bridge, para quienes lo dudaban, demuestra que Dios sigue siendo necesario.

1 comentario:

Unknown dijo...

Que decir. ¿Merece la pena esa manera de buscar la gloria que persiguierón los de amarillo? Pues si, al menos para mi y para los amantes de este deporte, tan bonito como cruel.
El Barcelona no va a ganar siempre y ayer (con alguna ayudita del arbitro) estuvo a punto de caerse de su nube de buen fútbol, pero si continua jugando así, le esperará más gloria que infierno.
Me considero anti-barcelonista, pero ayer, más que nunca, grite el golazo de un equipo español y el del mejor jugador del mundo que existe ahora mismo.
La pelea de ayer la merecio el Chelsea pero el fútbol es algo más que batallas puntuales y no sería justo para el fútbol que el Barcelona no estuviese en Roma.