martes, 26 de mayo de 2009

NOSTALGIA DE FRANCO Y DE SU UTIL FRANQUISMO

Una de las peculiaridades de esa equilibrada suma de imperfecciones que es el ser humano es su incapacidad de apreciar lo que ha perdido hasta que ya no puede recuperarlo.
El menosprecio de lo que tiene y la ambición de lo que carece hacen del hombre un insatisfecho crónico.
Cuando logra finalmente lo que tanto anhelaba y lo compara con lo que renunció al conseguirlo, sospecha que no valió la pena el trueque.
El implacable paso del tiempo no mitiga la añoranza, sino que la exacerba. Lo que parecía intolerable, el tiempo lo reduce a desagradable y, lo que la inmediatez le impedía valorar, la lejanía lo mitifica como insustituible.
Treinta y cuatro largos años han pasado ya desde que España se quedó sin Franco y los españoles sin la coartada del franquismo, por lo que es inevitable la nostalgia del cobijo que perdieron y el desasosiego por el amparo que les falta.
Que no se alborocen los que crean que abogo por la dictadura ni se alboroten los que sospechen que quiero denigrar la democracia.
Solo pretendo analizar por qué roe el gusano del desánimo a los que deberían suspirar de alivio por la liquidación de la dictadura.
Dichosa edad la de Franco y el franquismo, en la que los españoles, privados de su derecho a decidir quién los gobernara, descargaban sus tribulaciones en la oportuna culpabilidad del dictador y de su régimen.
Habían inventado el detergente para sus conciencias que los judíos ya usaban miles de años antes: el cabrito que el rabino, tras la ceremonia en la que lo declaraba culpable de todos los pecados del pueblo de Israel, lo abandonaba en el desierto como sacrificio a Azazel, el demonio.
Como todas, la sociedad democrática española actual necesita también un chivo expiatorio, testaferro de sus propias culpas, y ha encontrado un sucedáneo de Franco y del franquismo: el gobierno.
Pero su eficacia redentora es limitada porque requiere un esfuerzo de amnesia colectiva permanente para ignorar que, a quienes los gobiernan, los han elegido quienes se quejan de sus desaguisados.
Era mejor Franco, porque gobernaba contra los españoles y no gracias a los españoles que no lo habían encumbrado,y a los que ni siquiera les pedía su aquiescencia.
De los gobernantes por elección democrática, además, solo cabe esperar que, cuando cambien, su sucesor sea algo menos malo.
En la Dictadura, la esperanza imprimía ritmo de vals a todos los corazones porque ¿quién no presentia la dicha insoportable que traería la democracia?
Una parte de los españoles buscan en José María Aznar un suplente de Franco, pero no da la talla. Perejil y el barco hospital enviado a Irak son ridiculeces comparadas con el gusto por el aroma de la pólvora que enardecía al Caudillo.
Descartada la idoneidad de Aznar como chivo expiatorio, justificada queda la nostalgia de Franco, la utilidad del franquismo y la acuciante necesidad de encontrar un culpable de todas las ineptitudes de los españoles.

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