Si alguien quiere convencerse de que importa más aceptar lo que se es que alardear de lo que se tiene, que vaya a Portugal y hable con sus habitantes.
Por cortesía elemental, que intente hacerlo en portugués aunque, si le fuera imposible, que no se preocupe: los portugueses están acostumbrados a esforzarse en entender al visitante, si el visitante es incapaz de hacerse entender.
Después de siete días entre gente modesta, amable y orgullosa se vuelve a España envidiando la sabiduría de los que han sabido conservar lo que son, sin caer en la tentación de cambiarlo por lo que no tienen.
El viajero, que durante la década que vivió en Portugal aprendió a respetar el país y admirar a sus habitantes, se siente como en casa cada vez que regresa.
Los días que pasa entre portugueses, se vuelve parlanchín y comunicativo, como si quisiera que se percataran de que no todos los españoles son nuevos ricos que regatean a voces el precio de las baratijas que arrasan en la Boca do Inferno.
Llegó a Lisboa el viajero la noche del diez de Junio, Día de Portugal .Sorprendente unanimidad en los comentario de las emisoras, porque todos coincidían en cantar los descubrimientos portugueses.
A nadie se le ocurría mencionar que el tráfico de esclavos fue la más lucrativa actividad ultramarina ni que ese mismo Diez de Junio era la Fiesta de la Raza de los dictadores Salazar y Marcelo Caetano.
Le pareció admirable el cuidado del centro urbano de Aveiro—un empleado de la limpieza empujaba un carrito en el que su compañero iba echando a mano las hojas de árboles caídas en la calzada—, el mimo de los empleados de la Tapada de Mafra con los ciervos y jabalíes del parque, cuya proclamada condición agreste no engañaba a nadie, o el agrado del servicio del restaurante de Mealhada especializado en lechón.
Las comparaciones puede que sean odiosas, pero son inevitables: si los portugueses, con 22.000 euros de ingreso per cápita parecen razonablemente satisfechos, ¿por qué los españoles, con 34.000, están siempre al borde de un ataque de nervios?
Sospecho que algo tiene que ver que los portugueses hayan sabido reconciliarse con su pasado y los españoles no, auque en la historia de los dos pueblos se cuenten largas dictaduras, pasados épicos y una larga tradición de empleo de la religión como herramienta de control social, para apaciguar la insatisfacción del pueblo.
Además de la religión, el poder portugués manejó el miedo reverencial a Castilla para frenar el descontento popular y, aunque la represión de su dictadura fuera menos sanguinaria que la española, las largas guerras coloniales estigmatizaron a una generación de portugueses.
Los portugueses han logrado relegar a su historia como pueblo los sinsabores de la Historia y aceptan su modesto presente sin invocar a los fantasmas de su pasado. Para envidiarlos.
1 comentario:
Paso todos los años por Portugal (Oporto nos pierde a mi familia y a mí) y cada vez me gusta más. Me siento en casa, una casa menos ruidosa, más tranquila y mucho más sabia. Y siempre vuelvo a España con la sensación de que algo hemos hecho mal en "estepaís"
PD: un gran descubrimiento su blog
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