Los europeos, que en su conjunto son unos señores laboriosos, circunspectos y concienzudos, van a ejecutar el triple salto mortal de elegir a sus 732 representantes en el Parlamento Europeo, sin saber para qué los mandan allí.
Si no es toda la verdad, lo es en parte porque mandan a Estrasburgo a los futuros parlamentarios para que no incordien en sus países y, de paso, se ganen un millón de pesetas al mes libres de impuestos, y otras gabelas y prebendas.
Si los que los eligen no saben para qué, los que aspiran al cargo tendrán alguna idea de lo que es la Unión Europea y su Parlamento.
La Unión Europea es una entelequia filosófica y romántica de 27 miembros, evolucionada de la exitosa realidad pragmática que fue el Mercado Común.
Cuando, por haber menos bultos había más claridad, los socios fundadores del Mercado Común acumularon tanta riqueza que siguieron siendo ricos hasta después de compartir sus sobras con Grecia, Portugal y España.
Pero mientras más países de la vieja Europa se suman al núcleo original, más se parece la moderna Unión Europea a la Europa tradicional de disputas y conflictos hegemónicos.
Y, para España, ¿qué es Europa? El nunca bien ponderado Caudillo, el que quiso forjar un Imperio con cartillas de racionamiento, pronunció la feliz frase que algún apologeta debió inspirarle: “España”—dijo—“que tiene sus pies en Europa, tiene su corazón en América”.
Ahí está el problema porque, desde que el indiscreto Colón pregonó que había encontrado nuevas tierras por donde se ponía el sol, el mundo se le hizo demasiado grande a una España de seis millones de habitantes, incapaz de abarcar mucho apretando poco.
Los compromisos austríacos de España en Europa se llevaron la plata que venía de América y el proteccionismo en la metrópolis impidió el desarrollo de las colonias.
Ni cenábamos ni se moría la abuela.
Menos mal que en 1711 los franceses “persuadieron” el rey Felipe V,nieto del de Francia, de que cediera los derechos por los que España se había desangrado en los Paises Bajos. Gracias a Francia, España se libró de la pesadilla de Europa.
Cornudos y apaleados, los españoles no quisieron saber nada de Europa, ni los europeos de España, y solo se entrometieron tangencialmente de la mano desinteresada de Francia. La neutralidad les permitió aprovecharse de la primera guerra y Hitler los dejó fuera de la segunda.
El Mercado Común cerró sus puertas a España porque su régimen les olía a chamusquina, aunque el acuerdo preferencial de 1970 tenía casi todas las ventajas y casi ninguno de los inconvenientes de la adhesión.
Ya como miembros de pleno derecho, los españoles elegirán el domingo 7 de junio a los 50 diputados que le corresponden de los 732 del parlamento. Deberían dedicarse allí a arrancar para su país mejores condiciones económicas, políticas y comerciales.
Pero todos los partidos dicen que los envían para que se esfuercen por la cohesión europea, la paz universal y la solidaridad internacional.
Mandan a los diputados españoles a Estrasburgo a una bella utopía tan descabellada como la de ahogar la herejía luterana, que aniquilo a los tercios en Flandes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario