Es posible que los ciudadanos de Cataluña, además de catalanes, se consideren también españoles pero no es lo que se deduce de lo que dicen la mayor parte de sus representantes políticos.
Salvo quince, --los del Partido Popular y el de Ciudadanos—los 135 diputados del parlamento catalán siguen al pié de la letra el camino trazado por las direcciones de sus partidos, hacia la meta de la independencia.
Si están interpretando fielmente los anhelos de sus votantes, es evidente que la mayor parte de los catalanes no quieren ser españoles, aunque seguir asociados a España los beneficie.
Pero ese inestable equilibrio de intereses, materiales por parte del que pone precio para conservar la unión, y sentimentales por parte del que paga para no romperla, fatalmente conducirá a una decisión definitiva que convenga sin reservas a las dos partes.
Será cuando los catalanes abandonen su ambigua doble lealtad y opten por una de ellas: no que renuncien a ser catalanes, sino que admitan claramente que, además de catalanes, son españoles.
También los ciudadanos del resto de España tendrán que decidir si les conviene una Cataluña reacia a proclamar su pertenencia a la familia, que exige negociar directa e individualmente su contribución al bienestar familiar, y no como uno más de sus miembros.
Los ejemplos de hijos díscolos son perjudiciales y contagiosos para la armonía de las familias y de las naciones. Puede que, aunque duela, sea mejor que se vaya a vivir por su cuenta el descontento por vivir bajo el mismo techo, en lugar de ceder permanentemente a sus exigencias.
Si el ideal de convivencia de los pueblos es la familia, conviene aceptar que no se puede integrar en la familia a quien no se sienta parte de ella.
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