A “Swordfish”, la operación de espionaje más compleja realizada por agentes españoles en la historia de los servicios secretos nacionales, le puso broche de oro la dimisión del director del CNI, Alberto Saiz.
“Ha sido magistral. Todos creen que deja el cargo por su afición a la pesca”—me ha confesado un espía que oculta su identidad para conservar el empleo--“pero Alberto no pesca ni catarros”.
Oculto el rostro por un pasamontañas, con susurros entrecortados por sus desconfiadas miradas a los que nos rodeaban en una marcha del Orgullo Gay en Chueca, me confió: “La cobertura para ésta operación ha sido tan sutil que, si se conociera, la usarían como ejemplo todos los centros de adiestramiento de espías”.
Según mi informante, habría que remontarse a 1492 para encontrar un éxito parecido al de la operación “Swordfish”.
Se refería a la labor de los agentes castellanos para ocultar a sus rivales portugueses la ruta de las naves que descubrieron América, violando el tratado de Alcobaça.
Con la discreción que requiere asunto tan delicado, resumiré lo que me contó de la operación “Swordfish” (Pez Espada):
Un agente del CNI, que tomaba un curado de tuna en la pulquería “El Eructo de Baco” de Tepito, el barrio bravo de la capital mexicana, oyó casualmente a dos parroquianos que se extrañaban del interés de un abarrotero gachupín por el descubrimiento de un santero de la sierra lacandona que permitía el cambio del color de la piel humana con infusiones vegetales.
El descubrimiento, averiguaron los espías del CNI, se había demostrado particularmente eficaz para convertir en negros a los blancos, pero no servía para transformar a los subsaharianos en caucásicos.
Tres años tardaron los agentes del CNI en descubrir que el interés del abarrotero gachupín de Tepito obedecía a un plan de ETA para introducir comandos en España desde Africa, confundidos con ocupantes de pateras.
Averiguaron que la ETA había montado un centro experimental en Senegal y que uno de los nativos que había servido de conejillo de indias trabajaba en una empresa de pesca oceánica, y estaba dispuesto a revelar cuanto sabía.
Exigía, sin embargo, que fuera un dirigente del CNI quien escuchara lo que tenía que revelarle, a cambio de un contrato laboral en España.
Alberto Saiz asumió personalmente el riesgo. Los únicos detalles que mi informante sabía de la reunión eran las claves para el contacto: Saiz debería ofrecer un paquete de cigarrillos españoles a los marineros negros del catamarán Blue Albatros mientras les preguntaba ¿Fortuna?
El contacto que buscaba respondería a la pregunta ofreciéndole a Saiz una cajetilla de cigarrillos americanos y pidiéndole: Try the lucky strike (“Pruebe la buena suerte”)
Me garantiza mi discreto contacto que la misión de Saiz fue un éxito tan rotundo que las autoridades españoles han descartado definitivamente la amenaza de que ETA haga llegar a España a sus terroristas, transformados en inmigrantes negros.
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