El Ditero, que llevaba el ojo derecho tapado con un parche desde que el oftalmólogo de guardia del Reina Sofía de Córdoba se lo tapó para curarle la fisura en la córnea que le hizo la pezuña de un jamón, insistía en que no lo veía claro.
--“Si es tan inútil como decís”, repetía erre que erre, “¿por qué es el Presidente y sacó más votos cuando lo reeligieron que cuando ganó la primera vez?”.
--“Porque”—insistía en su cantinela Ramón Pichaymedia, que culpaba hace tres meses a Zapatero de la sequía y lo acusaba ahora porque no dejaba de llover—“engaña a los españoles”.
Salomón Cabeza Sagaz, que engullía unas puntillitas primorosamente fritas, ayudándose con frecuentes libaciones de manzanilla, presidía como un Pantocrátor la disputa de sus acólitos.
--“¿Que nos engaña?”—se encrespó el Ditero—“¿Nos engañó cuando nos sacó de la guerra ilegal de Irak, en la que nos metió Aznar?”
El agricultor Pichaymedia, que ni sabía ni le interesaba saber por donde quedaba Irak ni si hay guerras legales o ilegales, no dejaba de pensar en los guarros que este año había tenido que vender diez euros por arroba más baratos que el año pasado, ni en las vacas atascadas en el barrizal de su finca.
--“De donde nos tiene que sacar es de la crisis, que de Irak ya nos habrían echado tarde o temprano los moros”.
Salomón, al que apodaban a sus espaldas Alfonso Décimo, seguía impertérrito en su afán de devorar lo que El Pitorro les había servido.
--“Díle a éste”—le imploró El Ditero—“si tiene o no más mérito sacarnos de Irak que de la crisis”.
Alfonso Décimo agarró una servilleta de papel, se limpió cuidadosamente los labios, sacó un Ducado, lo prendió, le dio una profunda calada, expelíó una bocanada de humo, miró al techo y murmuró:
Sacar las tropas de Irak
fue mucho más meritorio
que cerrar el Purgatorio
por indulto general.
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