La inagotable capacidad analítica de los tertulianos españoles—esa evolución resultante de la mayor demanda ambiental de opinión que de información—ha encontrado de forma corporativa un animal hasta ahora desconocido: el pato cojo.
Debe ser una variante del “sitting duck”, o pato sentado en traducción literal a esta especie de serbocroata que es ya el español y que, hasta ahora, era como se llamaba en el lenguaje coloquial de los Estados Unidos al político que recibe disparos por todas partes, sin poder defenderse.
Al pobre José Luis, al que el otro día dijo que se iba pero que todavía no se ha ido, a los tertulianos españoles les ha dado por calificarlo de “pato cojo”, seguramente por analogía con los señuelos que los cazadores colocan en los charcos para atraer a sus congéneres voladores.
Sería bueno que se aclararan los que así llaman al bueno de Zapatero, que se habrá quedado sin ideas ni recursos para sobrevivir en la política, pero todavía conserva buenas piernas para salir huyendo.
En caso de que además de “patos sentados” haya “patos cojos”, los tertulianos españoles ameritan un reconocimiento adicional al de su capacidad dialéctica de justificar a toro pasado lo que sostenían hasta que el morlaco inició la arrancada.
Se merecen, por lo menos, el premio nobel de ornitología por descubrir una clase de pato que en los Estados Unidos, donde dicen que existe, nadie hasta ahora había descubierto.
Y, por cierto, a la gobernadora de Alaska e imagen del regeneracionismo frente a la abusiva intromisión estatal en la vida de los ciudadanos, Sarah Palin, la Sociedad Nacional de Columnistas de Periódicos de los Estados Unidos le concedió su premio Sitting Duck 2009.
Quien le iba a decir a José Luis que iban a compararlo con la Palin.
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