Entre los sinónimos de felicidad que busca el
hombre (ser rico, ser guapo o bailar el boogie-boogie) destaca por encima de
todos el de ser americano.
¿Y por qué? Porque el hombre, por naturaleza
ignorante y por inclinación propenso a creer todo lo remoto, ha creído dos
falacias que ha propalado el cine americano: que los animales no son bichos
repugnantes sino amables criaturas parlanchinas y que en el Oeste
norteamericano había siempre rebajas en el precio de las balas.
Así, nos han engañado haciéndonos creer que
todo el mundo tenía tantos remiendos en la ropa como caballos (que realmente
eran bastante escasos), nos han mentido al reseñar como ocupación favorita de
los vaqueros matarse a tiros y que todos andaban permanentemente acarreando
vacas desde sus lejanos pastos al lejanísimo embarcadero ferroviario.
La historia reseña solo un tiroteo con cuatro o
cinco muertos y contados acarreos vacunos porque el capitalismo estimó más
rentable acercar los puntos de embarque del ferrocarril a las zonas de cría.
Hablando de cuentos, no crean que el personaje
al que representara Issur Danilovitch
(Kirk Douglas) acodado en la barra de un salón bebía whisky, sino seguramente
ron procedente del Caribe, mucho más al alcance del bolsillo que el escaso scotch
whisky, cuyo precio, además, encarecía el largo viaje desde Escocia.
Todo ello debería servir para recordar que el
cine es un negocio para ganar dinero acercando la fantasía del que paga a la
que espera alcanzar si se evade de una realidad tediosa.
Dicen que hacen decir las tonterías de los
humanos a los animalitos de las películas para, al humanizarlos, fomentar que
sean mejor tratados.
No es menos cierto que exaltan al animal a la
dignidad humana tanto como rebajan la dignidad del hombre a la condición ded
bestia. Sin mencionar la cada vez más lucrativa industria de vestir, alimentar,
distraer, embellecer y relacionar animales como si se tratara de humanos.
Pero lo que no es fantasía es que ratones y
ratas propagan enfermedades y que los cerditos no hablan, sino que más bien
hieden y, una vez sacrificados, sirven de suculenta comida. Los bichos son
bichos al servicio de hombre y no es el hombre el que deben servir al bicho.
Por eso, los simpáticos bichos que hablan como
personas y esos pistoleros de película a los que les dan las balas de balde son
fantasía, distorsión malevola de la realidad.
Los bichos que hablan y los pistoleros que
gastan balas como si costaran un parpadeo y pesaran como la mala conciencia son
una fantasía tan absurda como pensar que todos somos iguales.
Pero, aun siendo consciente de que se le tiende
una trampa, el hombre cree con más
convicción y fuerza todo lo que se aleje de la realidad y se acerque a la
fantasía.
Y, siendo tal el poder de persuasión del cine,
que permite al espectador gozar en la pantalla la vida que aspira a vivir en
realidad, ¿por qué no utilizan los partidos de derechas españoles (si es que
hay alguno) las películas del Oeste como propaganda
ideológica?
En todas ellas se exalta al individuo
solitario que triunfa sobre un estado de corrupción generalizada y con un
sheriff venal. El individuo vale más que el grupo, el hombre es más que el
Estado. Eso, en todo el mundo menos en España, es un programa de derechas.,
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