¿Es Gamonal
uno de los barrios de una de las ciudades de una de las provincias de una de
las regiones autónomas de España, o es toda España un Gamonal que todavía no se
ha echado a la calle?
¿Es la
protesta, hasta violenta como último recurso, el sistema por el que los
ciudadanos pueden oponerse eficazmente a innecesarios dispendios de fondos
públicos?
¿Es
preferible la pasividad ciudadana y acatar cualquier decisión que los
afecte y perjudique adoptada por quienes
los gobiernan, a oponerse activamente a ella?
¿Deben los
ciudadanos pagar de sus bolsillos los costes de pleitear contra las
autoridades, que pagarán sus costes del pleito con dinero de los demandantes?
La respuesta
a las segunda y tercera pregunta determinará la contestación a la primera
porque si la pasividad ante las decisiones gubernamentales es preferible a la
protesta, Gamonal es solo un barrio hasta hace una semana desconocido.
En caso
contrario, España debería seguir el camino trazado por Gamonal y poner fin al
derroche de fondos públicos en aeropuertos sin aviones, palacios de
exposiciones sin expositores y que se derrumban antes de inaugurarlos, museos
sin visitantes, autopistas sin circulación y estaciones de AVE sin pasajeros.
En los
innumerables Gamonales latentes que hay en España el problema que se dilucida
cuando estalla es el mismo: ¿tiene derecho un gobernante electo en un proceso
electoral oscuro y determinado por la fidelidad al partido que lo apadrina, más
que el ciudadano que vota, hacer lo que le venga en gana?
¿Es eficaz,
rápido, equitativo y justo el sistema judicial encargado de arbitrar en los
conflictos entre administraciones públicas y ciudadanos?
Gamonal ha
señalado a los ciudadanos de los demás Gamonales españoles que la protesta
consigue lo que la pasividad niega.
Porque un
pueblo que esté vivo no es pasivo.
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