Los que por su tesón, esfuerzo y sacrificio
logran algo largamente deseado y fuera del alcance de quien no se esmere,
pueden sentirse orgullosos de haberlo conseguido.
Pero, ¿cómo
puede declararse orgulloso de ser de un país alguien al que lo nacieron en él y
que, por lo general, no ha tenido ocasión de cambiar por otra la nacionalidad
con la que nació?
Es como la que
habiendo nacido y crecido bella, dice que está orgullosa de su belleza, que no
tuvo necesidad de cincelar en quirófanos.
Por eso, todo
el que se declara orgulloso de ser (por ejemplo), español o andaluz, me parece
que comete delito de apropiación indebida.
Toca hoy
hablar de los españoles andaluces.
Colectivamente,
y en los casi tres mil años que la reseña de la existencia de la actual
Andalucía aparece en la Historia, el mérito del que podemos alardear con
orgullo los andaluces es el de la sabia indolencia colectiva.
Gracias a esa
virtud, cara opuesta al dañino vicio de la diligencia, los andaluces
facilitaron y no estorbaron que invasores griegos, fenicios, romanos,
musulmanes, castellanos, franceses y turistas pasaran sin guerrear por
Andalucía.
Y, al poco
tiempo de llegar aquí, a todos se les contagió la virtud andaluza de la
indolencia y se hicieron andaluces.
Nunca hicieron
nada los andaluces, hasta ahora, para sentirse orgullosos como pueblo. Pero hay
señales esperanzadoras de que, si todo siguiera su curso, podrían sentirse los
andaluces orgullosos de serlo.
Solo falta hallar a dos ciudadanos
para que haga uno de Joe Vallachi y el otro de Mario Puzzo.
Valachi fue el mafioso de poca monta que desveló en el Senado de los
Estados Unidos los entresijos de la Mafia y Puzzo el autor de “The godfather” (El Padrino), épica historia
de la mafia italoamericana, que transformó en mitos a simples delincuentes.
La mafia andaluza consigue apropiarse de bienes ajenos como hacía la
italoamericana pero de manera menos arriesgada y más eficaz.
La organización de delincuentes de El Padrino
se dedicaba a corromper con sobornos a jueces y políticos para cometer
impunemente sus delitos.
Ingenuos mafiosos americanos que se
arriesgaban a tanto para conseguir menos de lo que sus maestros andaluces se
llevan, sin darle un palo al agua.
Porque el secreto genial de la Mafia andaluza consiste en apropiarse directamente las
responsabilidades políticas que los facultan a dictar leyes favorables a sus
intereses y entorpecer la tarea de jueces demasiado curiosos.
El día en que un Mario Puzzo andaluz escriba
la épica historia de la delincuencia organizada en Andalucía, lo de El Padrino
pasará a ser, de historia de deliuncuentes, a cuento de hadas.
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