Que no panda
el cúnico ni nadie pida cita urgente al psicoloco.
¿Que el partido
anticasta va a apoyar al partido de la casta por antonomasia, el Partido Socialista
andaluz?
No sería nada
descabellado ni inédito.
La casta de
los señores feudales del medievo, el ejemplo paradigmático (que dirían los
finos) de castas dominantes, enriquecía de vez en cuando su decaído vigor
resultante de la cosanguinidad, incorporando la sangre nueva de bastardos.
También sería de
lógica política esa alianza, aunque los bienpensantes crean que un partido político
es una agrupación de ciudadanos que sacrifican su comodidad para ayudar al bien
común.
En realidad,
los partidos políticos nacen como la confabulación de unos cuantos para manejar
en su propio beneficio los honores y responsabilidades públicas que pongan en
sus manos los electores.
Son esos
partidos políticos egoístas en sus fines y tolerantes en sus medios: si hay que
pactar con otros para acceder al poder, lo hacen hasta que se presente la
oportunidad de romper la transitoria alianza que los obliga a compartir el botín.
¿Renunciaría
Podemos a quedarse como administrador único del Estado si, en una primera fase,
solo pueden meter cuchara en la olla que sigue sirviendo el PSOE-A?
En absoluto,
porque poco es más que nada y, si un descuido del otro comensal les permitiera quedarse
con toda la cazuela, mejor es estar sentado a la mesa que ver como simple
espectador cómo otros comen.
Así que, si
los de Podemos pactan con el PSOE para que siga gobernando en Andalucía, no
significaría que renuncian a implantar su régimen de control absoluto del
Estado, sus pesadas responsabilidades y sus amenos placeres.
Es porque
saben que no se ganó Zamora en una hora.
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