domingo, 7 de junio de 2015

JODER, QUÉ TROPA



Estos chisgarabíes de ahora se creen que están inventando la sutil elaboración  de la tela que permite a la araña cazar a la mosca.
Al lado del conde de Romanones no serían más que angelicales aprendices de un truhán merecedor del premio Nobel de la truhanería.
Si los de ahora se creyeran pillos perfectos, Romanotes sería el bribón pluscuamperfecto.
Romanes metió mano en la olla política española desde finales del 19 hasta la llegada de la segunda república y siempre, naturalmente, para quedarse con la mejor tajada.
Como el tunante se cree que sirve para todo y que para todo es el mejor, a Romanotes le dio por ocupar un sillón de académico de la Academia Española de la Lengua, naturalmente como paso previo para presidirla.
Se sometió al ritual obligado de visitar en sus domicilios a cada uno de los ya miembros, y por tanto electores, para suplicar, comprar, amenazar o persuadir para que lo admitieran y, como maestro que era en esos menesteres, lo logró.
Pero, antes de la sesión académica que lo encumbraría como uno más de los inmortales, las veleidades de la política le dieron la espalda y, de presidir el gobierno, pasó a la oposición.
En su escaño al que lo habían relegado estaba, cuando se le acercó un bedel cariacontecido, que le murmuró: “Señor conde, ni un voto”.
--“Joder, qué tropa”, se cuenta que, más que contrariado, exclamó admirado Romanones.

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