En éste
planeta por cuya superficie pululan 8.500 millones de personas, solo ocho
millones y medio sabemos instintivamente que un peine vale lo que el comprador pague
al vendedor.
Los andaluces no
tuvieron que perder tiempo formulando leyes de la oferta y la demanda. El valor
de un bien o un servicio es el punto en que coincidan la avaricia del vendedor
y la tacañería del comprador.
Y los griegos,
que aprendieron en Andalucía algunos trucos cuando anduvieron por aquí poco
después de que la tierra empezara a dar vueltas alrededor del sol, se creen los
más listos.
¿Inventaron
los griegos gastarse en langostinos los dineros por mediar en los despidos?
¿A qué griego
se le ocurrió derrochar en juergas los millones que le habían dado para enseñar
a trabajar?
¿Se le habría
ocurrido a un griego que una compañía con experiencia en provocar catástrofes en
explotaciones mineras gestionaría mejor una mina que sufrió ya esa catástrofe,
que la compañía que no tuviera experiencia en esos menesteres?
Los griegos
andan liados ahora porque deben un capital tan inmenso como el talento divino a
unos insensatos que pretenden que se lo devuelvan.
Los acreedores
(los que han prestado el dinero) quieren cobrar pero los griegos (deudores)
dicen que no, por la simple razón de que la mayor parte de ellos dicen que no.
Que le
encomienden la solución del pleito al gobierno socialista andaluz: una dádiva
por aquí, un soborno por allí, una concesión a éste, un cargo a aquél y todo
resuelto.
Lo que se
llama talento.
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