En éstos tiempos
en los que agoniza una civilización basada en el esfuerzo colectivo impulsado por
el más audaz de sus individuos ya se vislumbra la que la está reemplazando: la
que confisca el fruto del esfuerzo individual para repartirlo entre los que lo estorbaron.
Es la supresión
del individuo diferenciado para camuflarlo en la masa anónima, oficialmente
estructurada por burócratas intercambiables y que se renueva mediante alianzas
soterradas.
El líder coyuntural
de los burócratas, de donde emana el poder que contamina a la pirámide social
desde su ápice a la base, justifica su hegemonía en el consenso aparente por el
que lo encumbraron y que, en realidad, logró mediante amenazas o chantajes
contra sus teóricamente iguales.
La forma tradicional
de organización de la sociedad se conocía por los nombres de autocracia,
dictadura, o caudillaje y se identificaba porque el que ocupaba el ápice piramidal
del poder no lo ocultaba, y hasta alardeaba de que era el que mandaba.
En la nueva organización,
el que manda se disculpa hipócritamente por hacerlo y hasta lamenta que sus
conciudadanos y dirigentes subordinados lo hayan obligado a cumplir el mandato
que le dieron en las elecciones para que gobernara.
En situaciones
normales, en las que la vida de las sociedades que administren discurran por el
rutinario cauce de la evolución, gobernar es un pasatiempo placentero: basta
con evitar rivalidades peligrosas o con satisfacer lo mejor posible las
necesidades básicas de los gobernados.
¿Y si surge un
acontecimiento imprevisto, como una amenaza exterior, o proclama su independencia
una región del territorio?
En esos casos,
ese sistema de gobernar que se sustenta en el respaldo de la mayoría de los votantes
pierde eficacia: se rinda o conteste con la guerra a la amenaza de guerra, para
una parte de los votantes se habrá equivocado.
Y, si deja que
los separatistas se escindan perderá los votos de los que no estén de acuerdo con
mutilar el territorio.
En definitiva,
el sistema de gobernar a capricho de los votantes es un método eficaz solo
cuando las decisiones gubernamentales no afecten a situaciones decisivas.
Para cuando gobernar sea innecesario.
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