Este dia de los fieles difuntos nos hace añorar a los
que todavía no lo somos el esplendor de la
primavera y la plenitud del verano.
Al contemplar cómo los árboles se desnudan y los
prados se amustian, nos tienta a los humanos la pretensión de que el pasado fue
mejor que el presente.
Tan falso como que el hombre es dueño de la tierra que
habita. El hombre, vivo o muerto, es propiedad de la tierra que pisa o en la que reposa eternamente.
Algunos de los niños que en éstas fechas estrenaban en
su visita al cementerio el jersey de lana que su madre les había tejido durante
el verano, reciben ahora en el cementerio
la visita ritual de sus nietos.
Visten los nietos de los abuelos de ayer ropa comprada
en tiendas trasnacionales y elaborada
con fibras artificiales, pero con el tiempo también a ellos los visitarán sus nietos.
Solo la tierra es esencialmente inmutable aunque su
configuración orográfica y la vegetación que la reviste sean distintas.
¿Y qué es el hombre que la transforma, la tortura, y
la explota?
Simplemente, una consecuencia telúrica más de la
imparable mutación de la tierra.
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