Creyeron que
quienes les aconsejaban que no se fueran a donde querían irse lo hacían para no
quedarse sin la ayuda en la que sustentaban su bienestar.
Había algunos
que proponían marchar hacia el norte, los más audaces al oeste, los otros al este y el resto al sur.
Solo coincidían
en que había que escaparse de donde habían vivido, porque en en cualquier otro
lugar vivirían mejor que allí.
Y se fueron a
un incierto destino a medida que avanzaban sin rumbo determinado: Unos
insistían en ir al norte, otros al sur, algunos al este y los demás al oeste.
Los había que
preferían acelerar el paso para llegar cuanto antes a lo desconocido, otros
argüían que, como tuvieron libertad para ponerse en camino. la tenían también
para marcar la cadencia de sus pasos porque el tiempo también les pertenecía.
Todos salieron
alegres al escapar de lo que era malo porque lo conocían, pero cada vez eran
más numerosos los que sospechaban que se dirigían a lo que podría ser igual o
peor que lo que habían dejado.
Por fín, el más
enérgico de los guías de los cuatro grupos de fugitivos se impuso y mandó parar
en un soleado valle que, observado desde la cima del más empinado pico de la
sierra circundante, parecía un lugar propicio en el que asentarse.
Su primera
decisión fue seleccionar de entre los más fieles a su persona una nutrida tropa
de vigilantes armados, para impedir que nadie no autorizado por los cuatro
líderes ya sometidos al superlíder, impidiera escaparse a nadie de los que
habían huido de la tiranía de la que habían escapado libremente.
Después formó
cuadrillas para desbrozar la maleza, erigir chozas provisionales en las que se
alojaran todos mientras se construian sus residencias definitivas.
Prometieron los
cuatro dirigentes que esas residencias empezarían a levantarse en cuanto
estuvieran listas para ser ocupadas las de los líderes que, para evitar la
tentación de asaltarlas a posibles antisociales revisionistas, ocuparían la
colina dominante de la llanura, cercada por una muralla siempre vigilada por
centinelas afines.
Y, aunque
designados con la mayor discreción, se estructuró discretamente un servicio de
leales que serían recompensados de acuerdo al número de denuncias que
presentaran, para aislar o eliminar a los disidentes.
Así, los que
huyeron del desgraciado pueblo en el que eran explotados, se constituyeron en
sociedad libre, igualitaria y feliz.
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