Se toma el
número de los que en ella mueran como medida de la inhumanidad de las guerras.
Falso.
Cada uno de los
caídos en combate o por represión contra los vencidos es una misma salvajada
repetida.
Y tan culpable
de la tragedia de la guerra es la parte que la inicia como la que se defiende
porque iniciar la agresión o repelerla tiene la misma consecuencia indeseable:
la muerte, una o millones de veces repetida.
Hasta ayer, y
por el número de bajas que causó, el bombardeo atómico de Nagasaki parecía la
mayor salvajada bélica porque, aunque causara menos de la mitad de los 166.000 muertos que la de
Hiróshima, no tenía ni siquiera la justificación de comprobar los efectos de la
nueva arma.
Antes de que la
bomba matara a 75.000 de sus habitantes, en Nagasaki vivían unas 250,000 personas. Murió, pues, el 30 por ciento de sus habitantes, igual número que el de los
fusilados en las provincias vascongadas por Franco y sus represores, una vez
terminada la guerra civil.
La bomba de
Nagasaki mató a casi un tercio de los habitantes de la ciudad y los
fusilamientos postbélicos de Franco acabaron con el el 27 por ciento de los
955.764 ciudadanos que vivían en Guipúzcoa, Alava y Vizcaya un año después de
terminada la guerra civil.
No puede haber
error, interesado o no, en los datos de Japón ni de Euskadi.
Los de la bomba
de Nagasaki los he tomado de Google, que solo miente cuando no acierta y, los
de Euskadi, de un amigo personal y
profesional de la Información que, durante años, se ganó la vida
comprobando que eran ciertas las noticias que transmitía la redacción a su
cargo.
Así que Franco,
sin necesidad de bombas atómicas, era jefe de asesinos más sanguinarios que los
que arrojaron sobre Nagasaki la “Fat man”, (El Gordo), nombre que dieron a su matador
nuclear.
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