Pongan límite
al paisaje y, una vez alcanzado el horizonte comprobará que más allá hay otra
raya fronteriza entre lo que se vé y lo que todavía no se ha visto: otro
horizonte.
Hagan lo mismo
con la ambición: el que desea lo que no tiene, una vez lo consiga no podrá
descansar hasta lograr lo que todavía le falta, lo que es de otros hasta que
sea suyo.
“To get the
power, you must show you want it”(“para conseguir el poder tienes que demostrar que lo quieres”) sentencia
un lema de la política norteamericana.
Porque la
política es un sucedáneo bastardeado de la forma original de conseguir el
poder, eliminar físicamente al que lo
ejerza hasta que se lo quites.
España vive
desde hace una eternidad (desde que murió el Invicto que había conseguido el
poder venciendo por las armas a los que se lo disputaban) enfangada en la
tediosa lucha por el poder a través de la política: prometer lo que se sabe
que no se puede cumplir.
Todas las
argucias (menos la eliminación física del adversario de la que te puedan
culpar) sirven.
Imagínense
que, en una fase inicial del intento ambicioso de un político por hacerse con
el poder, ese político organizara o consintiera marcar su territorio
evidenciando que se propone acabar con las normas vigentes hasta entonces, y
manda a sus secuaces que entren en tumulto y con las tetas al aire al
tradicionalmente inviolable recinto de una capilla universitaria.
Naturalmente,
invocan al hacerlo el derecho a la libertad de expresión, mucho más noble que
el de la libertad de cultos, sobre todo si se reivindica a pechos descubiertos.
Sentado el fin
que pretende alcanzar y la ausencia de límites para conseguirlo, llega la hora
de convencer a los que todavía no lo están, a los que no se olvidan ni aceptan que menospreciar
creencias ajenas sea tolerable.
¿Qué hace?
Como la mancha
de una mora con otra verde se quita, organiza una segunda incursión en otra
capilla para poder condenar la segunda, y hacer olvidar ambas como amenazas de
hecho del futuro que aguarda a todos, cuando el poder lo tenga en sus manos.
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