martes, 7 de febrero de 2017

DE HOMBRES Y PERROS

En la balsámica placidez de este mediodía de Febrero he visto con envidia a un perro plebeyo que, después de encontrar una semisombra recatada, plegó las orejas sobre los ojos y se quedó frito.
Naturalmente, envidié al perro porque demostró una sabiduría superior a la de los que como todos los de mi especie, no sabemos disfrutar del bienestar a nuestro alcance porque nos tienta la felicidad del que ha encontrado una sombra más placentera que la nuestra.
Y es que el hombre es hombre porque aspira a tener lo mejor que otros tienen, en vez de consolarse porque haya otros que tienen menos de lo que nosotros tenemos.
¿Es mejor ser perro o ser hombre?
Ni mejor ni peor, es diferente.
Porque el perro mejora o empeora las condiciones originales de su especie gracias a las consecuencias del cruce con animales de aspecto parecido, determinado por urgencias instintivas de apremios sexuales.
Sin embargo el ser humano, llamado comúnmente hombre, superó las danzas de la gavota o el minué de hace tres siglos para dedicarse a la sensual bachata de hoy.
Aunque los tres sean ritos distintos, el fin es idéntico: las parejas del siglo XVIII se apartaban del salón para “echarse un polvo” de rapé  y las de ahora imitan, delante de todos,  los ritos y movimientos de echarse un polvo de verdad.
Conclusión: que por mucho que la gente diga que el ayer y el hoy hace distintos a hombres o perros, los perros y los hombres de hoy son, chispa más o menos, como los de ayer.
Aquí lo único que cambia, a veces, es la paridad entre monedas que establecen los mercados de cambio.


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