Que a Donald Trump
le han montado un calvario desde antes
de que se le ocurriera decir que quería ser presidente de los Estados Unidos es
evidente.
Y tampoco se
puede ignorar que en el sanedrín que lo ha mandado crucificar han coincido tanto
norteamericanos como extranjeros, moros de religión como cristianos de
creencia, gordos como truenos y flacos como suspiros.
Tanta
coincidencia entre gente tan distinta es sospechosa.
A nadie se le
ocurrió llamar democracia a la dictadura unánimemente aplaudida de Franco y,
sin embargo, no hay democracia más perfecta que la que todos apoyan porque todos
coincidan en su bondad.
Pruebas del
enjuague que es este tongo concertado en el mundo para que sea sospechoso este
repudio a Trump:
a) A los seis
meses de haber empezado a mandar, ya le dieron a Obama el premio nóbel de la
paz por su mediación en el conflicto de Oriente Medio que, al final de su
mandato, dejó infinitamente más enconado que cuando empezó a mandar.
b)La guerra
civil racial en los Estados Unidos se envenenó más que nunca mientras Obama
mandaba.
c) La expulsión
de territorio norteamericano de extranjeros entrados ilegalmente se recrudeció
con Obama muy por encima de lo que hasta entonces era normal.
Conclusión: que
en éste mundo es más importante parecer que ser y, así, es bueno el que los demás consideran que lo es
y malo el que la mayoría opina que no es bueno.
Cosas de la
democracia, esa fullería que relativiza todos los valores absolutos predemocráticos
y en la que es cierto que los burros vuelan, si una mayoría dice que los han
visto volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario