Es evidente
que el cambio que se está operando últimamente en los electores europeos es una
reacción al estímulo de una acción previa: la de los revolucionarios de
pantuflas de marca, que estimularon las exigencias de los votantes al
garantizarles todo lo que sabían que era imposible cumplir.
Ahora le ha
tocado a los holandeses, un país de sonrosados blancos que se sienten
desplazados por las turbas de los de piel más oscura.
Dijeron que
dejaron atrás sus países para establecerse en Europa y ser europeos.
Pero, ya en
Europa cambiaron de método y, para ser iguales que los europeos, se empecinaron
en que sean los europeos los que se adapten a las costumbres de ellos.
Si los
llegados de fuera y los nativos de Europa tienen que homologar sus culturas,
sus valores y sus costumbres, ¿por qué no se adaptan los europeos a las de los
llegados de fuera en lugar de obligarlos a asimilarse con las de los europeos?
Por sus
efectos, la igualdad entre dispares quieren imponerla obligando a los europeos
a ser como ellos, no intentando ser ellos como los europeos.
Y es que,
para el que se queja de su desigualdad, es más cómodo rebajar a los otros que revalorizarse a sí mismo.
Así, el
objetivo común a todos los que llegan de fuera de Europa es más hacer que los
europeos se parezcan a ellos que intentar ellos parecerse a los europeos.
¿Y cuando esa
fusión haya alcanzado el fin que con ese método pretenden?
Pues todos
los que en ese momento vivan en esa Europa tiznada y depauperada emigrarán en
masa a los países (si es que quedara alguno) en que la igualdad la logren los
que se eleven tanto como el que más tenga, y no los que le quiten al que tiene
más para que no desentone con el que tenga menos.
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