¿A quien se le
ocurre llamarse Casandra pudiéndose haber llamado, por ejemplo, Mari Loly?
Los incautos
ignoran que el nombre que uno escoge, o el que escogen para uno, es
premonitorio de la clase de vida que le espera al cambiar de identidad, para
dejar de ser lo que había sido.
Y eso es lo
que debería haber sabido el joven Ramón Paz cuando decidió pasar a ser conocido
como Cassandra Paz.
Casandra fue
una señora antigua que vivía en el Olimpo griego dedicada a hacer profecías que
nunca acertaba, salvo en la de la destrucción de Troya.
Quince años
más tarde de que Ramón pasara a llamarse Cassandra lo han condenado por unos
chistes de mal gusto que publicó y, en el juicio en el que fue declarado
culpable los jueces, el fiscal y los funcionarios judiciales siempre se
refirieron a él como al acusado Ramón.
Sin embargo la
sentencia que tendrá que cumplir, si llega a cumplirla, será por delitos
cometidos por Ramón cuando ya era Cassandra.
Menudo lío se
ha liado con ese episodio judicial en el que la sentencia abre preguntas de
difícil respuesta.
El individuo
que nace, ¿es el mismo que cuando muere?
Si la
condición y la opinión sobre un mismo asunto puede ser diferente un segundo
antes que un segundo después, ¿cómo va a culparse por lo que hiciera un segundo
después de haberlo dicho o hecho al que lo hubiera hecho o dicho?
Decididamente,
hay que cambiar la manera de impartir justicia para que un individuo solo pueda
ser justiciable mientras esté cometiendo el delito.
El caso contra
Ramón (Cassandra) Paz, condenado-a por reírse del atentado que acabó con la
vida del entonces presidente del gobierno Carrero Blanco, que condicionó la
posterior evolución del franquismo, significan un antes y un después en la
aplicación de la justicia.
Hay que
cargarse al delincuente mientras cometa su delito y, si fuera posible, antes de
que lo cometa. Lo ideal sería detenerlo y ventilárselo en el mismo momento en
el que considere la posibilidad de dar el paso de inocente a culpable.
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