Si en vez de
jubilado bueno para nada, uno fuera augur de los que en la primitiva Roma se
ganaban su garum pronosticando el futuro, profetizaría que este año 2018 será
peor que el 2017 y mejor que el 2019.
¿Y por qué?
Porque desde
que todo empezó a ser diferente de lo que había sido en los cuarenta años
anteriores, el empeoramiento se incrementa (¿o excrementa?) progresivamente.
Habrá quien
discrepe y achaque el pesimista vaticinio a la condición de jubilado, cuya
incapacidad de trabajar reconocida por la ley se acrecienta con el paso de los
años y cada vez se extiende hasta culminar en la incapacidad para seguir vivo.
Será así pero lo
cierto y la verdad es que, desde que está permitido quejarse en publico, cada
vez hay nuevos motivos de queja que se acumulan a los antiguos sin resolver.
Así que, como
simple desahogo dialéctico, no está mal que los que obedecemos sigamos quejándonos de las decisiones de los
que mandan.
Pero conscientes
de que nuestra queja de nada servirá.
Como se quejaba
aquél que cantaba eso de que “yo no tengo más remedio/ que agachar la
cabe4cita/ y decir que lo blanco es negro”.
El derecho al
pataleo.
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