Muchos trenes
supersónicos y que no falten variedades sexuales para catalogar a los españoles,
que somos, al mismo tiempo subvencionadores y subvencionados del Estado pero que, de verdad, no hemos pasado de
arrieros y capadores de guarros.
¿A qué otro
bípedo racional y más o menos razonable se le hubiera ocurrido mandar que le
hagan un submarino, que mientras no esté submarineando necesita que lo guarden,
y hagan un garaje en el que, en el momento de meter el barco, se descubre que falta espacio o sobra submarino?
¿Y cómo es
posible que no se les haya ocurrido a los que tenían la obligación de
habérseles ocurrido, que hicieran un barco más chico o un aparcadero de
submarino más grande?
Si el
despropósito de no adecuar el barco a su garaje ni el garaje al barco es solo
uno de los muchos que en el futuro salgan a la luz, más valdría que sus propios
tripulantes sean los que lo hundan en caso de necesidad, que será cuando se les ordene entrar en combate.
Habrá quien se
rasgue las vestiduras y se ponga cenizas en el pelo o la calva, que eran los
síntomas tradiciones de desconciert antes de que disfrazaran la dolencia con
nombres raros.
¿Y para qué
quiere España un submarino, si en ninguna guerra contra extranjeros ha salido
vencedora porque todas las ha perdido?
--Pues para
guerras civiles, a las que tan aficionados somos los españoles porque en ellas
uno de los combatientes pierde, pero sus contrincantes y compatriotas ganan.
Es la ventaja
de las guerras civiles. Siempre gana la mitad de la población del país, en éste
caso de España.
La experiencia
y la historia así lo demuestran.
Y ya se sabe,
si al final de una guerra civil se le ocurriera al que la haya ganado hacer un monumento, que lo piense dos veces: con el paso del tiempo (as time goes by) puede que los
que creían que ganaron la guerra la
perdieron, porque los que parecía que
la habían perdido, la ganaron.
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