Estos derechos
constitucionales a elaborar encuestas electorales y a difundir sus resultados
deben ser de los económicamente más rentables.
Sobre todo en
periodos preelectorales como los de ahora.
(Hay tal
abundancia de elecciones en ésta España eternamente postfranquista que el de
predecir resultados es el negocio más lucrativo, muy por delante del de la
prostitución, los juegos de azar (con resultado manipulado o no) o los
concursos de cocina).
Favorece la
pujanza del negocio encuestativo la poca inversión requerida para su puesta en
marcha: ni siquiera hace falta el tradicional pichón de los augures para,
tomando como indicio lo que sus tripas demuestren que comió antes de morir, el
que pague al augur sepa si va a morir de una indigestión o de hambre canina.
Y eso de las
encuestas, ¿por qué?
Pues porque
como el humano es el ser más desvalido, el gregarismo es su aspiración que le permite desindividualizarse
en la chusma para que los otros lo compadezcan cuando sufra o lo envidien
cuando goce.
Las encuestas
preelectorales sirven para que en ese dramático momento en el que el elector
deposita su papeleta en la urna, opte por ser uno más de la mayoría ganadora o
de la minoría predestinada a perder.
Y desde los
terremotos tiempos de los romanos, a la gente les gusta ser más ganador que
perdedor.
“Vae victis”, advertían aquellos romanos tan sabios que
todos hablaban de manera flúida en latín, avisando que los derrotados no se
comerían ni una rosca.
Asi que ojito
al que vaya a votar el domingo que viene: más le vale que acierte el partido
que gane, si quiere la cerveza fría con la que brinde por la victoria DE LOS
SUYOS.
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