En
esta España belicosa en tiempos pasados
y meliflua en los de ahora, la palabra Alborán solo le sugiere el nombre de
un cantaor que loa al amor y otras flaquezas.
Pero
Alborán es también, y sobre todo, un islote de 576 por 239 metros que, bien
empleado, daría a España el control del Mediterráneo que perdió al quedarse los
ingleses con Gibraltar.
Sería
como un portaaviones insumergible, al estar inamoviblemente anclado en la raíz
de la tierra.
Y,
para patriotas irredentos que insisten en que la Gran Bretaña les devuelva
Gibraltar, sin saber qué harían con el Peñón en caso de que loas ingleses se
fueran, sería una infranqueable señal de stop.
Uno,
que cuando habla de la oprobiosa dictadura sabe lo que dice porque la padeció
unas veces y la disfrutó otras, recuerda una entrevista que concedió al diario
Pueblo el almirante Carrero Blanco, cuyo asesinato marcó de hecho el fin del
franquismo.
--“Coloquemos
un portaaviones a la entrada del Estrecho, otro a la salida y organicemos diez
divisiones acorazadas, y verá cómo nos llegan los créditos de Europa”, propuso
a su entrevistador, Emilio Romero, el que submandaba en España.
Es
evidente que Carrero, la prueba es que sobrevivió hasta que lo mataron los
etarras, era listo, aunque no tanto como el que fortificara Alborán.
España,
además tiene ahora empresas, que no tenía en el franconato, capaces de montar
trenes en el desierto y de ensanchar canales interoceánicos.
A
este genial idea de una Alborán inexpugnable, los mediocres opondrán la de una
Alborán irresistible para los que encuerarse y despelotarse es el objetivo que
se han marcado para esta vida.
Correrán
el peligro de que, como el viejo dios vengativo, haga que lluevan sobre ellos
bombas de hidrógeno, como hizo en Gomorra y Sodoma.
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