sábado, 15 de febrero de 2020

AQUELLA NOCHE ENTRE AEROPLANOS


   El novelista suele montar su relato sobre acontecimientos ficticios pero posibles.
   Un escritor al que le diera por novelar el encuentro a altas horas de la madrugada en un lugar tan poco romántico como un aeropuerto de jets transoceánicos, las pasaría canutas para lograrlo.
   Claro que el tiempo que ese escritor tardara en escribir la historia dependería del talento del novelista.
   Enmarañada imaginación debe ser la del que escribe los cuentos que cuenta el Partido Socialista sobre ese semifurtivo encuentro que, a las horas en que maúllan los gatos en celo, mantuvieron una mujer venezolana y un hombre español.
    ¿Y si, como Soledad Montoya, solo buscaran su alegría y su persona?
   --Pues hombre, hay confortables suites hoteleras o playas con sábanas de dorada arena y música del reflujo de las olas, que enmarcarían mejor un encuentro romántico.
    Y, entonces, ¿a qué vino la señora que vino y a qué fue a verla el caballero que la recibió en el aeropuerto y a deshora?
--Hay quienes especulan (especular es imaginar algo que más vale ni decirlo) que la señora vino para poner en un aprieto al jefe del que fue a verla en el aeropuerto, para impedirle que se encontrara con el que ella se quería encontrar.
  -- ¿Uno que antes de ser vicepresidente del gobierno español se jartó de recibir dinero del gobierno de la señora que llego en avión?
   --El mismo, que si no tuviera nada que ocultar, no habría mandado a su subordinado para que le diera un capotazo a la señora que pretendía empitonarlo.

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