El novelista suele montar
su relato sobre acontecimientos ficticios pero posibles.
Un escritor al que
le diera por novelar el encuentro a altas horas de la madrugada en un lugar tan
poco romántico como un aeropuerto de jets transoceánicos, las pasaría canutas
para lograrlo.
Claro que el tiempo
que ese escritor tardara en escribir la historia dependería del talento del
novelista.
Enmarañada imaginación
debe ser la del que escribe los cuentos que cuenta el Partido Socialista sobre
ese semifurtivo encuentro que, a las horas en que maúllan los gatos en celo, mantuvieron
una mujer venezolana y un hombre español.
¿Y si, como
Soledad Montoya, solo buscaran su alegría y su persona?
--Pues hombre, hay
confortables suites hoteleras o playas con sábanas de dorada arena y música del
reflujo de las olas, que enmarcarían mejor un encuentro romántico.
Y, entonces, ¿a
qué vino la señora que vino y a qué fue a verla el caballero que la recibió en
el aeropuerto y a deshora?
--Hay quienes especulan (especular es imaginar algo que más
vale ni decirlo) que la señora vino para poner en un aprieto al jefe del que fue
a verla en el aeropuerto, para impedirle que se encontrara con el que ella se quería
encontrar.
-- ¿Uno que antes de
ser vicepresidente del gobierno español se jartó de recibir dinero del gobierno
de la señora que llego en avión?
--El mismo, que si
no tuviera nada que ocultar, no habría mandado a su subordinado para que le
diera un capotazo a la señora que pretendía empitonarlo.
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