lunes, 17 de febrero de 2020

DE SEÑORITOS Y SEGADORES


Uno de sus hijos, que fue alcalde de Sevilla, se admiraba de que, por aquellos tiempos en los que conversábamos en un salón del hotel  Alfonso XIII, solo una de las fincas de su padre producía más que la totalidad de las 20.000 hectáreas de las que fué propietario.
   Quizá se le conociera más porque era el propietario de los Saltillo, aquellos mulos bravos, que casualmente pastaban en la finca a la que su hijo aludiría después, sembrada de espárragos cuando vendieron la ganadería.
   Era mi pueblo entonces lo que ahora es España. Como la finca de baldío de los toros era propiedad del propietario de casi todo, España es del que mande en el partido político que gobierne.
   Aunque recorría caminos en su tartana y se presentaba inesperadamente en sus fincas, delegaba la aplicación de su poder en su encargado que, por obedecer al dueño, tenía mano libre para enriquecerse.
    ¿Es más justa la España de después de la democracia que la España de antes de regadío?
    La respuesta a esa pregunta depende del que la conteste.
   Pero en ésta finca de 505.000 kilometros cuadrados tampoco manda el señorito de antes que era su propietario.
    El que manda, y mandando se enriquece, es el gobierno, cuyos intereses aparentemente opuestos a los del amo, coinciden en la conveniencia mutua de que los que aran y siegan, los que dan el callo, no alboroten.

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