Uno, que tiene anclada la memoria en su despreocupada niñez,
en la que los insecticidas todavia no habían matado a los pájaros ni acallado
sus trinos, recuerda un deseo que había expresado José Antonio Primo de Rivera.
Hablando en nombre
de sus falangistas, dictó el fervor de su deseo: “queremos un España
faldicorta”
La España actual,
casi un siglo después de que lo fusilaran, no puede ser más diferente de la que
soñó.
El oprobioso
silencio de las calles casi ha hecho ya olvidar el bullicio habitual de hasta
hace dos meses, blancas mascarillas tapan la sonrisa de la gente transmutando
la España antes faldicorta y jaranera en melancólico tanatorio.
La muerte de
tantos españoles ha dejado baldada y moribunda a España, la antigua mujer
lozana y morena, de dientes bancos que muerden el tallo de un clavel reventón.
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