¿Basta la bribonada del estafador y el candor del estafado para posibilitar la estafa?
Sospecho que tienen que aliarse circunstancias más complejas a esas tan simples para la consumación del timo.
Para salir de esa duda que desvela a más de un filósofo, nadie presenta mejores credenciales que el afamado doctor Brainwise.
El doctor Shlomo Brainwise, jefe de investigación experimental del departamento de estudios del comportamiento anómalo, de la Facultad de Ciencias Psíquicas y Mentales de la Universidad de Des Moines (Iowa), para ponerle certeramente el cascabel a ese gato, exigió:
--Ponga un ejemplo concreto a esa cuestión abstracta.
Concentró su atención en limpiar los cristales de sus gafas con un clínex mientras movía acompasadamente la cana melena de paje, como asintiendo al relato de ejemplo.
--Hacía años que los atentados de unos terroristas eran el principal motivo de preocupación de los ciudadanos que viven entre Andorra y Gibraltar. Ni la aplicación más estricta de la ley, ni gestos conciliadores y contactos exploratorios habían conseguido acabar con su intransigencia.
Después de un período razonablemente prolongado, en que el acoso de la policía y el rechazo concertado de los representantes de la sociedad parecían a punto de derrotarlos, se produjo un cambio en el gobierno.
Al nuevo mandamás se le ocurrió que la mejor manera de acabar con los terroristas era negociar con ellos. Disculpaba los claros indicios de que seguían empeñados en sus fechorías, rechazaba las advertencias de sus adversarios políticos de que lo estaban engañando y se empecinó en negociar, hasta que asesinaron a tres ciudadanos e hicieron reventar una bomba en un aeropuerto, que mató a otros dos.
Se demostró que había ocultado datos, que si no había mentido tampoco dijo toda la verdad y descargó en la oposición el fracaso de su tentativa. Un fraude. Pero lo reeligieron, ¿por qué?
--Porque los ciudadanos, íntimamente, se sentían culpables de haber confiado en lo que les decía, pero eran tan incapaces como el que los indujo a admitir su culpa. Al absolverlo con su voto, se autoabsolvian. Inconscientemente, prolongaron la quimera de una posible paz negociada, que habían aceptado como lo más cómodo para resolver el problema. ¿Nada más?
--En la campaña electoral, negó tajantemente el vaticinio de la oposición de que dificultades que apuntaban los indicadores de la economía desembocarían en una grave crisis, a menos que el gobierno dictara normas para frenar el despilfarro. Rechazó esas advertencias, garantizó un futuro ilimitado de prosperidad y acusó de antipatriotas a los que advertían de lo contrario.
Una vez reelecto, y aunque nunca reconoció que su pronóstico había sido erróneo, se erigió en abanderado de la lucha contra el desastre económico que antes negaba. Y casi los mismos a los que engañó dicen que siguen creyéndolo. ¿Por qué?
--Porque a la gente, si tiene que escoger entre quien le asegura que todo va bien y quien le avisa de que se avecinan malos tiempos si no reduce sus dispendios, se queda con el primero.
-- Entonces, profesor Brainwise, ¿basta la bribonada del estafador y el candor del estafado para que sea posible la estafa?
--En absoluto. El estafador necesita que su víctima crea que espera obtener ventajas que compensen el riesgo del engaño.
--El estafador, mi querido amigo,-- sentenció el sabio—necesita la complicidad de su víctima.
-- ¿Y nunca escarmentará?
--Cuando se convenza de que Dios está demasiado alto y el Zar demasiado lejos como para fiarse de su ayuda. Cuando aprenda que, para conseguir un duro, tiene que pagar cinco, y no cuatro pesetas.
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