Me ha parecido percibir una confusa algarabía de rumores sobre no sé qué cita de notables en Washington para encontrar remedio a supuestas dificultades económicas que sufre el mundo.
Por la jerarquía de los convocados inicialmente, y por el prestigio del que ha conseguido colarse de rondón, más nos vale andarnos con tiento a los que vamos a sufrir lo que decidan, y encomendarnos a los más reputados expertos en taumaturgia.
Porque parece que quienes se han atribuido la responsabilidad de buscar solución a la supuesta dificultad por la que atraviesa el mundo son los mismos que tenían obligación de atajar el problema antes de que degenerara en crisis.
Una de dos: o dejaron deliberadamente que la cosa empeorara para que su solución los haga merecer estatuas, o fallarán en el tratamiento de la enfermedad tanto como en su diagnóstico.
Más bien parece lo segundo porque, aparte del saudí, al que su mar subterráneo de petróleo lo mantiene a flote, los países de todos los demás asistentes a la reunión están zozobrando y a punto de hundirse.
Si cuando el mal era un simple catarro no supieron curarlo, ¿cómo pueden esperar que confiemos en que ahora, cuando ha evolucionado a una neumonía casi terminal, eviten el desenlace previsible?
Hay uno en particular que, hasta que logró ganar las elecciones, se empecinó en que los votantes creyeran que el país que gobernaría sería la Arcadia del pintor romántico Friedrich August von Kaulbach.
Los votantes, naturalmente, lo creyeron y respaldaron, desoyendo la advertencia de la oposición de que el lobo de la crisis ya había asomado sus orejas.
Una vez que los votantes del territorio comprendido entre Andorra y Gibraltar le dieron los votos que negaron al líder de la oposición, del que puso en duda su patriotismo por alertar sobre la inminencia de la crisis, acabó aceptándola, primero a regañadientes y después autoproclamándose adalid en su combate.
Con tanto empeño ha abrazado la nueva cruzada, que se movió de Pekín a San Salvador para que lo admitieran en el cónclave de Washington.
Lo consiguió finalmente porque su país es uno de los de economía más pujante del mundo, pero no parece el más idóneo para representar a su país.
Una persona formal, capaz de mirar a la cara a su interlocutor sin sonrojarse, hubiera admitido su error o su ardid para seguir en el machito, se habría retirado a la privacidad de una vida descasada lejos del mundanal ruido y habría cedido a otro menos contumaz en la negación de la crisis la responsabilidad de ayudar a salir de ella.
Pero política y formalidad parecen incompatibles. Por eso, el que hasta ayer la negaba, representará a España a en la sesión clínica de Washington para decidir el tratamiento contra la enfermedad que aqueja al mundo.
Si todos los demás están tan calificados como el que envía España, no tenemos salvación. Con guardianes así, el lobo de la crisis se va a dar un festín.
Reunión de pastores, oveja muerta.
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