Hay que ser paciente y no agobiarse si, por mucho que nos empeñemos, no logramos lo que intentamos conseguir.
Porque, cuando menos se espera, salta la liebre.
Si alguien discrepa de esa perogrullada, que acuda en busca de guía a Sir Isaac Newton, del que las malas lenguas dicen que ha sido el mayor sabio de la historia.
El todavía relativamente desconocido Newton andaba cabizbajo, taciturno y melancólico porque no acababa de descubrir, como pretendía, la ley de la gravedad. En ese estado, se tendió debajo de un árbol, con tan buena fortuna que precisamente de ese árbol saltó la liebre.
--“Oiga, no diga barbaridades”—protestará el disidente crónico—“que las liebres no son monos para que trepen a los árboles”.
En efecto, ha sido un suponer, como si dijéramos un quid pro quo, un símil, una analogía. La liebre del árbol, que resultó ser un malus domestica, conocido vulgarmente por manzano era, naturalmente, una manzana.
--“Tate frate”, dicen que exclamó sorprendido Sir Isaac cuando se repuso de la inesperada agresión.
Inmediatamente, porque además de reflexivo era diligente, puso a funcionar su cerebro y, poco después, halló la respuesta que ya desesperaba encontrar y que plasmó en la fórmula:
m1 m2
F=-G----------
r2.
---“Acabo de inventar”—dicen que dijo todavía incrédulo, ” la ley de la gravitación universal ”.
Tan deprimido y desesperanzado como don Isaac antes del manzanazo andaba yo, y con mayor motivo que el sabio porque, lo que a mí me quitaba el sueño no era una fruslería como la que a él lo preocupaba, sino por qué a los progres les entraba sarpullido nada más escuchar el nombre de George Bush.
Mi manzano fue The Wall Street Journal y la manzana que, al caer sobre mi frente abrió mi entendimiento, la columna de ayer de Karl Rove.
Hasta que el 31 de Agosto de 2007 dimitió por motivos personales, Rove pasaba por ser el presidente en la sombra en la presidencia de Bush y, además del asesor de su mayor confianza, uno de sus mejores amigos personales.
Decía ayer Rove que Bush simultaneaba su trabajo con la lectura y que, en sus ocho años en la Casa Blanca, ha leído varios centenares de libros, desde novelas a ensayos históricos o biografías.
El año 2006 leyó, según su amigo y consejero, 95 libros, 51 en 2005 y en lo que llevamos de 2008 y hasta la semana pasada, 40.
Uno de los que leyó en esos años, según Rove, fue “La guerra civil española” de Hugh Thomas. Comenta en su columna el ex asesor y todavía amigo de Bush: “Si se hubiera frenado a Hitler y Mussolini en España, cuántas desgracias se habrían evitado. Sustituyan Irak por España y entenderán mejor la preocupación del presidente por la seguridad mundial”
Tan milagroso como el manzanazo que abrió las entendederas de Newton ha sido para mí la lectura de la columna de Rove:
A los progres irredentos los enerva Bush porque, al contrario que ellos, tiene el vicio de leer y la virtud de no fiarse de tiranos como Sadam Hussein, reencarnación del José Stalin aliado por acción de Hitler para desencadenar la segunda guerra mundial, y por omisión para que la República perdiera la guerra de España:
¿Qué exagero? Lean “Yo fui un ministro de Stalin”, de Jesús Hernández, uno de los dos ministros comunistas en los gabinetes de Largo Caballero y Juan Negrín.
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