Los que escogen la actividad política como medio de vida y, gracias a su ejercicio, viven de forma opípara, están obligados a ser modelo de comportamiento cívico para los que les permiten vivir tan bien.
Esa es una servidumbre, no del oficio de político, sino del de político honesto.
Por lo tanto, el que se propone como modelo a sus conciudadanos y no es capaz de una conducta modélica, debería renunciar a sus privilegios de elegido y conformarse con los de elector.
Si su honestidad para hacerlo fuera menos acuciante que la conveniencia de mantener su prebenda, los responsables de proponerlo para el cargo público que ocupe deberían obligarlo, por coherencia, a que renunciara.
Si ni él se aparta de la vida pública ni sus jefes lo inducen a que lo haga, cualquier mal pensado podría sospechar que la inconveniencia por la que los que se sienten ofendidos piden su dimisión expresaba, por encargo de su partido, lo que le recriminan.
Naturalmente, estoy aludiendo a la marejadilla que en el vaso de agua de la politiquilla nacional ha originado el alcalde de Getafe, el socialista Pedro Crespo, al llamar “tontos de los cojones” a los votantes de derechas.
Algo hay que agradecerle al alcalde: que los del Partido Popular se hayan dado por aludidos, gracias a lo cual se han sacudido el inexplicable complejo que sufrían hasta ahora cuando se les consideraba de derechas.
Por lo demás, ¿le extraña a alguien que sea esa la opinión que los del PSOE tienen de quienes no los votan? Porque, hasta ahora, eso es lo menos que se deduce que piensan de los del partido adversario.
¿Por qué se sorprenden entonces, cuando el alcalde de Getafe dice en voz alta lo que saben que piensan de ellos sus contrincantes socialistas?
Mucha hipocresía se reparten, como los votos, los del PP y los del PSOE.
Hemos venido a descubrirlo gracias a que, además de antipatriotas, fascistas, enemigos de los trabajadores, nostálgicos de la dictadura y otros piropos del mismo jaez, los han llamado “tontos de los cojones”.
Comparativamente, o merecía la pena haberse enfadado antes, o no la merecía enfadarse ahora.
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