Que alguien con capacidad persuasiva contrastada me convenza de que el factor RH, como determinante de la superioridad racial, es un motivo serio de preocupación.
Suponiendo que lo logre, y que acepte que merece que se estudie con circunspección la influencia del factor RH en la conducta de quienes lo tengan positivo o negativo, hay otra duda que me inquieta:
La de si es suficiente pertenecer a la tribu Quraish, la del profeta Mahoma, o es además imprescindible descender de Alí, el abuelo de sus nietos, para reclamar la legitimidad de su herencia y su poder.
Lo del factor RH y lo de la legitimidad de la sucesión de Mahoma deben ser motivos serios de preocupación porque el primero de ellos dicen que fundamenta el terrorismo de ETA y, el segundo, la escisión del islamismo en chiitas y sunnitas.
Puede que no sean trascendentales esas preocupaciones, pero las consecuencias de las disputas a que han dado pié han sido trágicas, y amenazan seguir costando al mundo víctimas y sangre.
¿Qué es lo que determina que las inquietudes del ser humano se encomien por sensatas o se menosprecien por frívolas?
Si todos los hombres somos iguales, ¿no debería tener una jerarquía similar todo lo que al hombre inquiete?
O no somos tan iguales como dicen o el baremo para diferenciar lo trascendental de lo frívolo no es el hombre, sino las consecuencias de sus inquietudes.
Sospecho que debe ser lo segundo porque, últimamente, pocos asuntos obsesionan con tanta asiduidad a tantos seres humanos como los vaivenes del fútbol, las simpatías por un determinado club de balompié, la fortuna con que la suerte lo favorezca o castigue en los partidos o el baile permanente de fichajes en su nómina.
No hay que alarmarse. Por mucha que haya sido la conmoción que el despido de Bernd Schuster haya provocado en la hinchada del Madrid, y para mayor INRI, en vísperas del encuentro decisivo de éste año, la sangre no llegará al río.
Porque, afortunadamente, la del fútbol sigue siendo una preocupación frívola y no, como para ellos lo son, las inquietudes de separatistas o de legitimistas musulmanes.
Que no cunda el pánico entre los madridistas porque cada cual se enajena con lo que quiere, o con la obsesión con que la fatalidad los castiga.
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