El número de víctimas no hace más amarga la tragedia ni su reiteración evita el estremecimiento ante la muerte de quienes pierden la vida por buscar una vida mejor.
Los marroquíes ahogados en Lanzarote,cerca de Teguise, han reactivado los sentimientos de piedad y compasión de quienes intentaron y no pudieron salvarlos.
Los que no dudaron en exponer sus vidas para rescatar a los que buscaban trabajo, y solo pudieron recuperar sus cadáveres, tardarán en reponerse del desconcierto al ver morir a los que tan cerca estuvieron de la salvación, sin poder evitar sus muertes.
Piedad, compasión, desconcierto y un atisbo de culpabilidad por no haber detectado la embarcación con tiempo de evitar que zozobrara.
Son todos sentimientos tan nobles como ineficaces para impedir que la tragedia se repita.
Como en desgracias similares anteriores, puede que también en ésta aflore un larvado complejo de culpa por el bienestar relativo de la sociedad cuyas sobras ansiaban los inmigrantes.
Hay culpables de la tragedia y de las que, parecidas a la de hoy, han causado la muerte de más de diez mil ahogados que, en los últimos años, buscaban las costas españolas a las que solamente llegaron sus cadáveres.
También la tragedia de un indeterminado número de ahogados cuyos cadáveres quedaron hundidos en el mar.
Si hay culpables de esas muertes y no son los habitantes de la tierra a la que querían llegar, habrá que buscarlos en los países de los que tan desesperadamente intentaron huir.
¿Por qué la piedad, la compasión, el desconcierto y la culpabilidad por esas muertes, que sacuden a los españoles, no conmocionan a las sociedades de las que huían?
Puede que en ellas se difundan menos profusamente las noticias de esas tragedias, o que la vida de los desheredados que la sufren valga menos allí que lo que aquí estamos dispuestos a pagar por conservarla.
Pero no todos los habitantes de los países de los que mueren en su intento de llegar a España tienen que emigrar para lograr una vida mejor.
Los tiranos que los gobiernan y los secuaces que los ayudan a conservar el poder viven en la opulencia más escandalosa, gracias a la indigencia de los que prefieren enfrentarse a la muerte casi cierta de la emigración, antes que malvivir en la tierra en la que tuvieron la desgracia de nacer.
El bienestar de pocos a costa de la explotación de muchos no es una teoría social original: el tartesso rey Habidis la formuló y aplicó dos mil años antes de Cristo.
Para que perdure en Marruecos y en los demás países de los que proceden los inmigrantes muertos en su intento de llegar a España, los tiranos que los gobiernan saben bien lo que tienen que hacer:
Silenciar las noticias de esas tragedias y reprimir los sentimientos de piedad, compasión, desconcierto y culpabilidad para que no se transformen en exigencia de que la opulencia de unos pocos sea menos evidente, y la miseria de los demás, más soportable.
Esos son los principales culpables de la muerte de los ahogados en su intento de llegar a las costas españolas, pero no los únicos.
¿No son culpables los gobernantes de los países desarrollados de que se perpetúen los tiranos del sur, al encauzar a través de ellos, y para su exclusivo beneficio, la ayuda al desarrollo de sus poblaciones, que se queda en las arcas de los gobernantes como pago a su docilidad?
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