domingo, 8 de marzo de 2009

EL DEPORTE, PELIGRO PARA LA HUMANIDAD

Hay creencias que, sin otro mérito que el de que nadie las ponga en duda, pasan por verdades irrefutables.
Arguyendo ese consentimiento unánime, se admitió durante siglos la creación divina del hombre, hasta que Charles Darwin publicó en 1859 su “Teoría de las especies” y posteriormente “El origen del hombre y la selección con relación al sexo”, base de las teorías que hoy explican al hombre como resultado de un proceso evolutivo.
Sería una temeridad discutir la esencia de esa teoría a un sabio tan famoso y, además, inglés, pero es obligatorio corregir una de sus conclusiones: la de que el hombre es consecuencia de la evolución del mono porque, lo que parece evidente, es que es el mono consecuencia de la degradación del hombre.
Circula desde hace años otra peregrina teoría: la de la bondad del deporte y su eficacia para potenciar virtudes de la raza humana como la nobleza y la fraternidad entre los pueblos.
¿Cómo puede ser así, si el objetivo del deportista es imponerse a un semejante, valiéndose de su prepotencia y de toda clase de ardides para ganar?
¿Es noble disparar el balón hacia el ángulo opuesto a aquél en el que se encuentra el portero? ¿Qué hidalguía demuestra el ciclista que demarra cuando su compañero de fuga evidencia cansancio? ¿Fomenta el altruismo la artera intención del tenista al colocar la pelota exactamente donde su contrario no pueda devolverla?
El deporte, está demostrado, exacerba las pasiones entre los competidores y, como en Julio de 1969, puede provocar guerras parecidas a la que se originó entre El Salvador y Honduras tras un partido de sus selecciones nacionales.
¿Quién puede poner en duda que la animadversión natural y recíproca de barceloneses y madrileños la agrava la rivalidad entre el Club de Fútbol Barcelona y el Real Madrid?
Hay circunstancias coincidentes que merece la pena analizar para una cumplida comprensión de la complejidad del problema: la primera es la rara coincidencia de los adversarios en culpar al árbitro de su infortunio.
Siendo el árbitro, como es, el encargado de hacer respetar las reglas, ¿no es la crítica de su actuación un intento deliberado de desprestigiar, por extensión, a todos los agentes y representantes de la autoridad?
Se eliminan así elementos moderadores que pudieran limitar los daños de las pasiones desbocadas.
La prudencia aconseja sospechar que, como nada de lo que ocurre en la sociedad es casual, el fomento del deporte como práctica y como espectáculo es deliberado y consecuencia de una conjura para exterminar, o al menos diezmar, a la población de la Humanidad.
Fomentar el odio y el enfrentamiento de los fanáticos del deporte es uno de los medios para conseguir ese fin, con el concurso complementario de erradicar el consumo del tabaco, para eliminar sus efectos sedantes sobre las turbas asesinas.
Hay que identificar urgentemente a los impulsores de la conjura para combatirla y contrarrestarla, y nada más fácil que hacerse la pregunta del investigador clásico: ¿a quién beneficia?
Naturalmente, a los ecologistas, tan enemigos del tabaco como defensores de que la naturaleza, sin la profanación humana, se conserve como en el quinto día de la Creación.
Conspiran para que, mientras menos sean los habitantes de la tierra, menos casas construyan y menos bichos tengan que esconderse para que no se los coman.
Han decidido fomentar el deporte como medio de exterminar a la Humanidad y limpiar al Planeta de impurezas contaminantes.
Ingrata obligación de los sabios de hoy es advertirlo, y yo he cumplido con esa obligación. Que la humanidad, después de mi aviso, haga lo que quiera.

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