Efímera es la fascinación idílica y, con el hechizo de Barak Obama, también ha sido el más cercano, México, quien antes ha descubierto que no hay sonrisas sin lágrimas ni ilusión sin desengaño.
No puede hablarse todavía del primer tropiezo internacional del nuevo presidente norteamericano, pero el viaje al sur que hoy emprende la Secretaria de Estado Hillary Clinton no podía ser más oportuno para intentar calmar los ánimos de México antes de que se encrespen demasiado.
Los mexicanos, genéticamente corteses y galantes, no podrán disimular la cara larga con que recibirán a la jefa de la diplomacia del país vecino, en el que acaba de entrar en vigor una ley firmada por Obama que incumple compromisos pactados bajo la presidencia de George Bush.
La ley impide que los camiones de largo recorrido mexicanos recojan carga en territorio norteamericano, como permitía el acuerdo de libre comercio, que establecía el derecho mutuo de los transportistas de mercancías a operar en el mercado del otro.
Una comisión internacional de arbitrio requirió sin éxito al gobierno de Washington para que cumpliera lo acordado.
El gobierno de México, en represalia por el incumplimiento, ha gravado con tarifas, consideradas plenamente legales por la comisión de arbitrio, a la importación de noventa productos que costarán unos dos mil millones anuales de euros a los exportadores norteamericanos.
Con la esperanza de que Washington reconsidere su decisión, México ha aplazado imponer tarifas a la importación de maíz, lo que perjudicaría gravemente a los exportadores del norte.
“The Washington Post”, en un editorial, denuncia que la prohibición a los camioneros mexicanos de operar en territorio de los Estados Unidos ya ha supuesto un grave daño para el comercio entre los dos países y ha puesto en entredicho la proclamada intención de Obama de impulsar el libre comercio.
Si tantos perjuicios ha acarreado la ley, ¿por qué la ratificó Obama y permitió que entrara en vigor?
Por las presiones del sindicato de transportistas de su país, temerosos de la competencia de sus colegas mexicanos.
El mismo sindicato que, manejado por el mafioso Jimmy Hoffa, llegó a ser la organización sindical más poderosa de los Estados Unidos.
De Hoffa no se ha vuelto a saber desde que, el 30 de julio de 1975, fue visto por última vez en un aparcamiento de Michigan donde se había citado con Anthony Giacalone y Tony Provenzano, de la familia mafiosa de Vito Genovese.
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