Por lo que dicen los que allí estuvieron y los que se lo oyeron contar a los que lo presenciaron, el doce de mayo de 2009 se debió armar la marimorena en el templo de la democracia española, el Congreso de los Diputados.
No me enteré muy bien de lo que pasó porque, como tanta gente habló tan prolijamente del alboroto, fue poco lo que saqué en claro.
Pero intuyo que se pareció a lo de la batalla de Munda, que hace más o menos dos mil años libraron en mi pueblo dos facciones que se disputaban mandar en Roma.
En el congreso de los diputados se enfrentaba un tal Zapatero, que hacía de Cayo Julio César, y Mariano Rajoy que, como sucesor de José María Aznar—eclipsado desde hace cinco años—interpretaba a Tito Labieno, el general que sucedió a Cneo Pompeyo Magnum, muerto tres años antes.
Al contrario que en Munda, donde ni César ni Labieno se vieron las caras, en el Congreso de los Diputados dicen que los jefes de las dos facciones enfrentadas se dijeron de todo y, si no llegaron a las manos, fue por educación y por exigencias del reglamento.
--¿Y quien ganó?”—interrumpe impaciente el escuchante del relato bélico—“¿Fue Zapatero el que se llevó el gato al agua o se lo llevó Rajoy?”.
--“Pues no se sabe”—tiene que admitir el narrador—“porque los cesarianos dicen que ganó Zapatero y los pompeyanos proclaman que el vencedor fue Rajoy”.
--“Pues vaya rollo de comparación entre lo de hace tantos siglos y lo del día doce de mayo”—se queja el incorregible cascarrabias—“si ni siquiera sabemos el ganador del enfrentamiento del Congreso, ¿en qué se parece eso a la victoria de Cesar en Munda?”.
Se parece en que los pompeyanos y los cesarianos se pelearon en Munda por lo mismo que se pusieron verdes en el Congreso de los Diputados, sin llegar a las manos, el jefe de los socialistas, Zapatero, y el de los populares, Rajoy: por mandar, por el poder.
--Pues yo he oído decir—discrepa del crónico disidente—que si discutieron fue porque cada uno de ellos quería arreglar a su manera no sé qué crisis.
--Ese fue el pretexto, pero todos los Zapateros y los Rajoys que en el mundo han sido, y serán, se pelean por el ansia de poder, la coacción del hambre o los apremios del sexo.
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