lunes, 11 de mayo de 2009

UN DRAGON QUE YA NO DUERME

Lo dijera en 1803 antes de autocoronarse Emperador o en Santa Helena cuando ya no lo era, parece cierto que Napoleón avisó que, cuando el dragón chino despertara, el mundo se estremecería.
Que China se desbordara y se extendiera más allá de los límites de su Gran Muralla no era para todos el peligro amarillo del que había que asustarse, porque algunos lo esperaban como recurso extremo para que su país recuperara la libertad perdida.
Cuando el mundo todavía era lógico porque los malos de la Unión Soviética y los buenos de las Democracias Occidentales estaban asépticamente separados por un oportuno telón de acero, el oficio con el que entonces me ganaba las angulas me llevó a Checoslovaquia.
Faltaban todavía más de veinte años para que aquél país se partiera en dos y hacía casi diez de que los tanques rusos habían frustrado las veleidades de libertad de la Primavera de Praga.
Las secuelas de la represión por aquel intento aplastado perduraban, pero si las manifestaciones externas contra la presencia soviética se habían acallado, muchos de los checos albergaban la esperanza íntima de lograrlo.
El guía-intérprete que me había asignado el Ministerio para ayudarme-controlarme, me preguntó cuando se debió convencer de que hablaba con alguien del que se podía fiar:
--¿Sabes cual es la solución para Checoslovaquia? Declararle la guerra a China y, cuando el ejército chino llegue a nuestras fronteras, rendirnos y pedir la paz.
El peligro chino, para aquél patriota checo iluso, era más remoto que el de la Unión Soviética, cuyo territorio tendrían que haber atravesado los soldados asiáticos para llegar a Checoslovaquia.
De mis tiempos en Estados Unidos recuerdo algunos acontecimientos que conmocionaron a los norteamericanos: la boda de Jacqueline Kennedy con Onassis, la victoria de los Mets de Nueva York en la serie mundial de béisbol de 1969, el aterrizaje en la luna y el viaje de Nixon a China.
Pues una empresa de aquella China, entonces misteriosa y amenazante, va a alquilar 63.000 de los 800.000 metros cuadrados de la torre de 600 metros de altura que se alzará en Nueva York sobre las ruinas del World Trade Center contra cuyas torres gemelas se estrellaron aviones secuestrados por fanáticos musulmanes suicidas.
El terror que sobrecogió a la humanidad cuando presenció por televisión el zarpazo del hasta entonces inadvertido dragón islámico devaluó los tenebrosos presagios sobre el airado despertar del monstruo chino.
Puede que el general francés, famoso gracias a la marca de coñac a la que pusieron su nombre, cometiera solamente un error de matiz: que el dios del comercio, Mercurio, y no el de la guerra, Marte, sea el lazarillo del dragón chino, que ya no duerme.

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