domingo, 21 de junio de 2009

PENITENCIA POR PECADOS AJENOS

Como los flagelantes acomplejados, los votantes norteamericanos sucumben esporádicamente a la tentación de penitenciarse.
Nadie les negaría el gusto si sus latigazos penitenciales no llagaran también las espaldas de las demás naciones del mundo, inocentes de los pecados norteamericanos.
Ya les pasó cuando, escarmentados de las fullerías de Richard Nixon—uno de los presidentes más eficaces de los Estados Unidos—eligieron al candoroso James Carter.
Hace ya 33 años de eso y, aunque los logros de Nixon perduren—desenganche del oro respecto al dólar, reconocimiento de la realidad China y fin de la guerra de Vietnam, entre otros—las consecuencias de las meteduras de pata de Carter también las sigue pagando el mundo.
No digo que sin Carter el Oriente Medio sería ahora una región sin problemas, porque no ha conocido la paz en los últimos 15.000 años, pero el conflicto que ahora la agita sería distinto.
Como todo el que escribe sus memorias, Zbigniew Brzezinsky lo hizo para exculparse y el consejero de seguridad de Carter afirma que desde la Casa Blanca estaban decididos a apoyar al Sha para que siguiera gobernando Irán, aunque no dejaban de instarlo a que dulcificara la represión contra la agitación promovida por los ayatolas, y cediera a algunas de sus demandas.
Pero lo cierto es que, en Noviembre de 1978, la Presidencia de Carter ya había llegado a la conclusión de que el Sha debería abdicar y de que al gobierno de Washington le convenía “colaborar” con Jomeini para aplacar su antinorteamericanismo.
En definitiva, que había que ceder ante el adversario para aplacarlo. Ingenuidad esa de entregar al aliado atado de pies y manos al enemigo, que no es exclusiva de Carter.
Los demás era inevitable: El Irán de los Ayatolas se hizo más incómodo que el del Sha, por lo que la mejor solución fue apoyar al enemigo sunnita de los chiitas iraníes: el dictador irakí Sadam Husein.
Lograron así los Estados Unidos tener enemigos en los dos países y, por contagio, en todo el mundo islámico.
Otra jugada maestra de aquél Carter fué facilitar que los sandinistas tomaran el poder en Nicaragua para librarse del corrupto Tacho Somoza. (“Es un hijo de puta, pero es NUESTRO hijo de puta”, decían los gringos de Tachito).
No sé si Nicaragua está ahora lo mismo, mejor o peor que tras la decisión de Carter, pero sigue mal.
No fue la de Carter la última receta con que los norteamericanos se automedicaron en los últimos 50 años. El pasado, y buscando la redención de sus pecados por haber elegido a George Bush, elevaron a la Presidencia una segunda versión cándida ,ingenua, bienintencionada y pura de político inmaculado: Barak Husein Obama.
Que Dios nos coja confesados.

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