Hubo una tierra habitada por pueblos enemistados a la que, para darle un nombre que los uniera, la bautizaron con el de procedencia de sus conquistadores y así, llamaron Nueva España a lo que hoy se conoce por México.
Uno imagina que, además de homenajear a los conquistadores foráneos, el nombre pretendía que los purépechas, tlaxcaltecas, aztecas o mayas nativos se transmutaran en una síntesis de sus virtudes con las de los llegados desde la lejana Europa para convertirse en españoles nuevos, en nuevos españoles.
Tanto se miraron en el espejo español que los mexicanos lograron superar el modelo: son tan fanfarrones como los españoles, a fuerza de desprendidos los superan en generosidad, son más temerarios que sus audaces conquistadores, menos laboriosos y más truhanes.
Les gusta la juerga, el cante y los toros. Han desarrollado hasta una teoría de la picaresca, esa forma de vivir que les aportaron empíricamente los españoles.
Recuerdo con creciente admiración a mi amigo Antonio Navarro Zarazúa, un reportero de “El Heraldo de México” que, en su día, elaboró una sabia “Carta de deberes y derechos del embute”.
¿Que qué es el embute, llamado también chayote? Es la gratificación que recibe el reportero asignado a la cobertura informativa de una fuente, para que mire con buenos ojos lo que vea.
Uno de los artículos de la Carta de mi amigo Antonio especificaba: “la aceptación de dicho chayote no obliga a su receptor a cumplir lo que le pida el donante del embute”.
Es lo que un sagaz diplomático mexicano me describió en vísperas de mi llegada a aquel país como “las tentaciones del establishment”. “Tentaciones”—se apresuró a tranquilizarme cuando torcí el gesto—“que no te comprometen”.
La fascinante vida mexicana está plagada de frases que definen esa civilizada forma de convencimiento de los reacios.
“No hay general capaz de resistir un cañonazo de cincuenta mil pesos”, es una de ellas y otra, tajante y digna de que la reproduzcan en letras de oro sobre un lienzo de mármol blanco es todavía más contundente: “Vivir fuera del Presupuesto es vivir en el error”.
¿Quien iba a decir a los ciudadanos de ésta España de subvenciones para todo, en la que el precio de los políticos va del traje a los diez millones de euros para la empresa en la que la hija trabaja, que los apadrinados de la Nueva España acabarían siendo nuestros padrinos?
Si la Historia admitiera rectificación y marcha atrás, la prudencia aconsejaría pensar en cambiar de nombre a esta vieja España y empezar a llamarla Nuevo México.
Aprovecharíamos y podríamos aplicar aquí la teoría de la corrupción que los mexicanos han elaborado,con la sagacidad y la sabiduría amarga de su humor.
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