El día que le llevé a su hotel de Caracas los Ducados que me había pedido, el todavía gobernante en ciernes se lamentó de que había llegado demasiado joven a la antesala del poder.
Eran los tiempos en que, por los quehaceres de mi oficio, frecuentaba a los políticos y era depositario de alguna de sus confidencias.
Le relaté en aquella ocasión al que todavía no había llegado al poder que días antes en Quito, donde habíamos coincidido en la toma de posesión de Jaime Roldós, Adolfo Suárez, hablando de sus muchos compromisos en aquel viaje, me agarró el brazo, apretó y dijo: ”estoy agotado, ¡pero cómo disfruto!”.
Al que años después sucedería a Suárez le recordé el axioma norteamericano de que, para alcanzar el poder, no basta con desearlo sino que hay demostrar que se desea.
No sé si a Mariano Rajoy lo tienta el poder de la presidencia del gobierno de España. Si de verdad aspira a conseguirlo, disimula muy bien o no cree que alcanzarlo merezca el esfuerzo de arrebatárselo a quien lo tiene.
Si hubiera llegado al cargo por herencia de José María Aznar, algunos creen que podría haber sido un buen Presidente. Lo dudo porque su condición pastueña, que le estorba para ganar el puesto con su esfuerzo, le hubiera impedido desempeñarlo con su ingenio.
La elección de Rajoy fue uno más de la larga cadena de errores de la segunda presidencia de Aznar.
La ambición de poder que llevó a la Presidencia del gobierno a mi interlocutor de Caracas se agotó en los primeros cuatro años de su largo gobierno, tan fructíferos que pasarán a la historia de la política española.
Después debió desencantarse y siguió gobernando, aunque no mandando, por inercia.
A Rajoy, el desencanto parece que le ha afectado antes de alcanzar el poder.
Quizá por eso, como un Pantocrátor impasible, pasa estos días estivales leyendo novelas en los chiringuitos, mientras sus huestes se baten en retirada frente a la acometida de sus adversarios.
Con tanto a su favor para ser Presidente—la crisis pertinaz, el paro creciente, el acoso inmisericorde al partido popular simultaneado con el trato de guante blanco a los socialistas y el derroche manirroto —Rajoy no hace nada ni se merece ser presidente del gobierno.
Si, a pesar de eso, los socialistas perdieran las elecciones y Mariano Rajoy llegara al poder, será el primero que lo consiga gracias a su habilidad de quedarse impertérrito ante las demandas de que actúe.
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