No es cabal llamar calzado
a lo que solo zapato
debería bien llamarse
hasta que lo calce el pié
del cliente que lo ha pagado.
El zapato solía hacerlo
un concienzudo artesano
en taller que olía a cuero
y en cuyas blancas paredes
cantaba siempre un canario
enjaulado entre carteles
de Manolete o Cagancho.
Zapato que el zapatero
no corte chaveta en mano,
ni use lezna al puntearlo,
no unte cerote al cáñamo,
ni lo encaje en una horma
para que quede ahormado,
más que zapato es engaño.
Un zapatero, que nunca
en su trabajo ha logrado
que el cliente quede contento
cuando su pié ha calzado
lo que pagó a quien creía
que era un honesto artesano,
es un pillo, un sinvergüenza
que mete la pata, el cazo,
y tima al cliente, que paga
para meter bien su pié
en un zapato apropiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario