Alardea de que “fue la más divertida del año” la noche en que su patulea hirió en Pozuelo de Alarcón a diez policías, provocó 13 incendios, asaltó una comisaría y agredió a 23 incautos. Hay que poner pie en pared.
O nos integramos en la chusma o hacemos que los chusmetas dejen de en paz a los que no lo sean.
No sé si serán los polvos de la permisividad garantista del delincuente los que han traído estos lodos del desamparo de las víctimas, pero lo sospecho.
Cuando en la prehistoria franquista había delincuentes y se castigaba el delito sin perder el tiempo en las musarañas de las causas que los hubieran inducido a la delincuencia, los policías andaban por las calles a cara descubierta y los delincuentes se ocultaban.
La gente que respetaba la ley—la gente de orden, decían despectivamente los progresistas embrionarios—salían de sus casas a cualquier hora del día o de la noche por todas las ciudades y pueblos de España.
Ahora, en este estado de derecho que los progresistas ya talluditos nos han implantado, la gente de orden no puede ni encerrarse en sus casas porque hasta en ellas los cazan los delincuentes cuyos derechos garantiza el Estado de Derecho.
Que nadie se equivoque. Creo firmemente en la libertad de cada uno para exponer sus ideas con la palabra, intentar convencer a los que disientan, manifestar en público su queja o su opinión.
Defiendo con la misma firmeza que quien ejerza esas libertades no limite la del que no quiera secundarlo.
Los límites para la libertad del que no quiera sentirse parte de la masa lo abarcan todo: desde el botellón que rompe la paz de los que prefieren la sobriedad a la embriaguez, a los transeúntes que tienen que alterar su rutina por una manifestación callejera que ni les va ni les viene.
En el término manifestación incluyo la reclamación tumultuaria de reivindicaciones salariales, la protesta por crímenes salvajes, las procesiones religiosas o los desfiles militares.
Que hagan manifestódromos –naturalmente gestionados por empresarios privados que los alquilen, emplazados en lugares cuyo acceso no estorbe al tráfico habitual—y que todo el que quiera (naturalmente previo pago por los organizadores) se manifieste libremente, hasta contra el uso del presente de indicativo.
Pero al que cometa el delito de incomodar al que tiene derecho a que no lo incomoden, que lo pague.
Y para los que saben que los detendrán, los interrogarán, sus papas depositarán una fianza, y un abogado caro los defenderá para que los condenen a dos horas y cuarto de prisión, se recomienda el remedio que tan eficaz era hace años: no maniatar a la policía.
Si a algún agente se le va la mano y el progre inevitable no es capaz de hacer la vista gorda, a las necias palabras de la progresía, el oído sordo de la sensatez.
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